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Significado familiar y social de la Navidad

 

Desde muchos siglos antes de la aparición del cristianismo, el invierno ha tenido para muchas culturas un significado espiritual de trascendencia. Muchos pueblos del pasado, y aún del presente, han visto en el evento astronómico del solsticio de invierno (alrededor del 21 y 23 de diciembre, variando según el año) un símbolo del nacimiento de la Divinidad, pues se trata del momento a partir del cual la luz solar comienza a aumentar después de haber decrecido progresivamente desde el lado exactamente opuesto de la rueda del año, esto es, el solsticio de verano, que tiene lugar en fechas cercanas al 21 de junio, exactamente seis meses antes del solsticio invernal. Con el tiempo, estos simbolismos se fueron integrando a la Cristiandad (pues ya sea que agrade a unos o disguste a otros, es sin embargo la cultura espiritual por excelencia de Occidente, y no por nada el tiempo empieza a contarse a partir del año 0 d. C), y a su propia fiesta de la Natividad (o nacimiento), de quien es la figura principal de su teología: Jesucristo.  

Más allá sin embargo de sus significados astronómicos, estacionales, místicos, espirituales, o aun religiosos, lo cierto es que desde siempre el invierno ha tenido una profunda significación de unidad, y principalmente de unidad familiar. Tanto es así, que buena parte de los dramas producidos por el cine de Hollywood en torno a estas fechas tiene como principal motivo las dificultades de sus protagonistas para llegar a tiempo a celebrar la cena navideña con sus familias, y la tristeza que esto les causa. Desde luego, la tradición literaria, y principalmente Dickens, ha contribuido a plasmar esta visión de la Navidad, que, lo admitamos o no, todos en mayor o menor medida la hemos llegado a introyectar en nuestra propia cultura y relaciones humanas, a grado tal, que para muchas personas la época navideña es una época de verdadera y profunda depresión, en buena medida por cuestiones económicas, o quizá en parte por la influencia del clima y las noches largas sobre el ánimo de las personas, pero también por cuestiones afectivas. Muchas personas alrededor del mundo, que tienen a sus seres queridos o a sus familiares lejos, probablemente en otras ciudades o aun en otros países, sufren de una profunda tristeza al llegar esta parte del año en la que la mayoría de las imágenes o postales navideñas nos muestran a familias reunidas alrededor de un pino decorado  o una chimenea encendida, o bien a personas sentadas alegres a una mesa decorada con velas y llena de viandas propias de la temporada, o a padres abrazando a sus hijos, que alegremente reciben sus regalos. Sin duda, un reflejo de ese mencionado sentimiento de ausencia es la canción “Ven a mi casa esta Navidad”, del cantautor argentino Luis Aguilé. 

En el lado opuesto de estas consideraciones, sin embargo, la comedia cinematográfica no se ha quedado atrás, y no ha dejado de retratar a su propia manera y en su propio lenguaje las fiestas decembrinas. En la película norteamericana

Christmas with the Kranks (conocida en español como Una Navidad de locos), del 2004, se nos presenta una idílica colonia yuppie estadounidense en la que todos los vecinos se llevan bien y en la que existe la figura de algo así como “el jefe de la colonia”, el cual es un líder carismático que mantiene la unidad entre todos y a quien todos respetan. En dicha película, después de que la pareja protagonista, muy al estilo de la tradición de Scrooge o el Grinch, deciden no celebrar la Navidad debido a que su hija saldrá de viaje a Sudamérica y no pasará las fiestas con ellos, y tras recibir por ese motivo muchas muestras de rechazo y desaprobación por parte de sus vecinos, para quienes la Navidad es esencialmente algo sagrado, repentinamente reciben una llamada de la hija avisándoles que sí vendrá a casa para Navidad. Los protagonistas pasarán entonces por una serie de situaciones chuscas y divertidas en su intento de recibir a su hija con una fiesta de Navidad como la que están acostumbrados a celebrar año con año, y que al parecer es célebre entre todos sus vecinos. Éstos, en una muestra de solidaridad y espíritu de comunidad, se unirán, en buena medida convencidos por la autoridad del “jefe de la colonia”, para ayudar a los protagonistas a tener su fiesta de Navidad y que su hija (a quien, por cierto, por alguna razón todos aprecian) nunca se entere de que estuvieron a punto de arruinarla.  

Considerado todo lo anterior, resulta evidente que, ya sea que estas historias se correspondan o no con la realidad, o bien que sólo obedezcan a una idealización, la fiesta de la Navidad, más allá de su sentido espiritual-religioso, posee en el imaginario colectivo una significación de paz, hermandad, solidaridad, unión familiar, y, en fin, todos los sentimientos nobles afines a estos que el ser humano puede llegar a albergar. Pero ¿por qué es esto así? 

Antropológicamente hablando, podemos suponer que es altamente probable que, desde tiempos prehistóricos, el invierno obligó a los seres humanos primitivos a recogerse en el interior de sus cuevas o guaridas para protegerse del frío. Muy probablemente esto llevó a los miembros de las familias, clanes, o tribus, a guardar los alimentos producto de la caza y a recogerse en sus primitivos hogares, todos juntos alrededor de un fuego que ardía en el centro, y teniendo así primitivos festines. Sin duda, esto pudo contribuir grandemente al apego entre cercanos, a las muestras de afecto, al acto de compartir y de protegerse unos a otros de las inclemencias del frío, quizá a darse obsequios de comida o pieles para abrigarse, y por lo tanto, a lo que hoy llamaríamos unión familiar. Así imaginada, la escena nos evoca sin duda una primitiva “cena navideña” en las noches de invierno, probablemente en épocas cercanas al solsticio, cuando quienes aún dependían enormemente de la luz del sol para sobrevivir en un mundo aún hostil, esperaban impacientemente a que los días comenzaran a ser más largos, después de un prolongado periodo de oscuridad. Todo ello, sin duda, pasaría después a formar parte de las costumbres de sociedades más organizadas y complejas, en los albores de la civilización, y se integraría a sus rituales y cosmovisión religiosa. Pues la vida familiar y en comunidad da sentido a muchas cosas y está en la base misma de la estructura de las sociedades. 

Considerados completamente independientes de su significación religiosa relacionada con el nacimiento del Salvador cristiano, ¿no son de alguna manera nuestros actuales pesebres navideños una reminiscencia de nuestras primitivas cavernas, cuando reunidos en familia alrededor de un fuego “sagrado o divino” que ardía en el centro, esperábamos con fe y esperanza el “retorno de la luz”, protegiéndonos en ellas del rigor del frío, como aquellos Peregrinos de nuestros belenes y pastorelas? Hoy ese fuego se ha transformado en una chimenea, en las velas de una mesa, o en un pino iluminado que representa el próximo nacimiento de la Divinidad, sea cual sea la manera en que concebimos a esta Suprema Idea.  

Sin embargo, en otro aspecto, todo ello también se ha convertido en comercialismo desmedido y cultura de masas que ha desplazado en buena medida el significado espiritual y familiar de las fiestas de invierno.

 

Miguel Campos Quiroz 

camposquirozmiguel@gmail.com

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