Sobre los antecedentes antiguos y medievales de la caricatura

LA CAVERNA 

Miguel Campos Quiroz 

 

 

«Caricatura» es un término que proviene de una palabra italiana cuya raíz significa «cargar» o «exagerar», y como tal, implica una distorsión exagerada, y por lo general grotesca, de la realidad, en las representaciones pictóricas de personas o de situaciones, ya sea con fines humorísticos, críticos, o simplemente satíricos.  

Utilizada para parodiar a personajes públicos de todo tipo, desde políticos hasta actores o escritores, y algunas veces incluso a personajes de la ficción, suele ser un tipo de retrato que exagera hasta lo grotesco y lo ridículo los rasgos físicos o morales de una persona, mostrándola, por ejemplo, con cabeza gigantesca, con las expresiones faciales resaltadas como si de máscaras se tratara, pintándoles con cara de payaso, o mostrándoles con aspecto animal o hasta de objetos inanimados o muebles, o bien alegorizando otro tipo de atributos, como sus características de carácter o bien de tipo moral, mediante ciertos objetos simbólicos que les acompañan y que suelen ser de naturaleza burlesca, por ejemplo, exagerando sus vestimentas.  

La historia moderna de este tipo de representaciones se remonta al siglo XVI en Europa, habiendo de hecho comenzado como una diversión de estudiantes. Y aunque su uso más extendido en la actualidad es en forma de viñetas,  habiendo influido en otros formatos visuales posteriores, tales como el cómic, el graffiti, o los dibujos animados, posee también sus antecedentes antiguos y sus paralelos en las representaciones pictóricas premodernas, y sus orígenes deben quizá buscarse en la fuente misma de la fantasía, la cual es la realidad misma vista a través del prisma de las distorsiones oníricas y las representaciones simbólicas plasmadas en el arte antiguo. 

En efecto, podemos encontrar a lo largo del arte medieval toda una galería de seres quiméricos e inverosímiles para la mentalidad racional moderna (que reniega hasta de la iconografía y de la alegoría), tanto en los famosos bestiarios, como en los dibujos de las letras capitulares o en las ilustraciones que acompañaban en los márgenes a los textos de los libros realizados por los amanuenses de los monasterios. En esas imágenes vemos animales fabulosos, pero también malformaciones humanas, y también hombres representados con características exageradas que rayan unas veces en lo monstruoso y otras en lo ridículo. Pero tales representaciones de lo así llamado «grotesco», no se limitaron al mero dibujo y a la pintura, sino que la escultura y la arquitectura medievales están llenas de ellas, sea en las grandes catedrales, en los edificios civiles, o hasta en las fuentes de agua. La literatura satírica misma, podría decirse que ha caricaturizado a personas y situaciones históricas a través de las letras, exagerando sus atributos y características mediante descripciones que deforman su imagen, por lo general en tono sarcástico y burlón. Y no sólo ello, sino que habiendo sido lo «grotesco» un rasgo muy marcado del imaginario popular medieval, también alcanzó a las mascaradas y a los carnavales, así como a otro tipo de diversiones populares de corte secular, habiendo en lo posterior dejado una marcada impronta en las saturaciones estéticas propias del barroco.  

Ciertamente, todo ese imaginario fantástico y surreal fue una herencia e influencia, quizá inconsciente, de las fantasías y los mitos de la más remota antigüedad pagana que, con sus transformaciones y adaptaciones propias del paso del tiempo debidas al «efecto teléfono descompuesto», sobrevivió en las tradiciones y en el folcklor del bajo pueblo, y que más adelante se sofisticaría en la forma de lo que hoy llamamos literatura fantástica; sin embargo, ese es un tema aparte. 

¿Dónde termina lo grotesco y empieza lo caricaturesco? Muy arriesgado sería afirmar que la caricatura moderna haya tenido alguna conexión histórica o relación causal directa con el arte medieval, y de hecho no parece que sea así; sin embargo, existen similitudes imposibles de negar, siendo la exageración y la distorsión las que establecen dicha conexión. Y, de hecho, no faltó en la era medieval algún Papa, algún noble, o algún judío que, merecidamente o no, fuera ridiculizado en forma caricaturizada (algunas veces de manera velada pero obvia para quien conocía las referencias y los simbolismos). 

Y es en tal sentido en el que nuestras actuales caricaturas y sus derivados (por ejemplo, la historieta, las animaciones, y en tiempos más recientes el meme), están de alguna manera emparentados no sólo con las quimeras y seres de fantasía de la pintura y la arquitectura medievales, sino hasta con las mascaradas y carnavales de dicha época. Y tanto es así, que hasta en nuestros carnavales actuales, en las fiestas de Halloween, y en las propias marchas y manifestaciones, no faltan máscaras de algún político o personaje público con los rasgos caricaturizados para resaltar la mofa que de ellos se hace, o quizá mezclándolos con algún atributo de algún superhéroe o personaje de la ficción (como quien se pone la máscara de algún gobernante o presidente y a su vez la mezcla en su atuendo con una capa de Superman, por ejemplo) emparentando así la expresión de la fiesta popular con la labor de los moneros que publican sus caricaturas en los diarios y revistas, tanto impresos como digitales, y que son en último término también parte del sentir popular sobre un personaje determinado, que no siempre corresponde necesariamente a la realidad, sino que la exagera y distorsiona, como en un interminable carnaval impreso, cuya finalidad es hacernos reflexionar con humor sobre nuestra actualidad y sobre nuestra coyuntura histórica. 

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