Una palabra lo cambia todo
Miguel Campos Ramos
Debo al maestro Oscar Walker Cornejo (q.e.p.d.), cuando tuve la suerte de ser su alumno en el Colegio de Letras de la todavía Universidad Autónoma de Puebla, algunas de las mejores recomendaciones acerca de la importancia en el manejo certero del idioma.
Cierta vez comentó, durante alguna de sus amenas clases, que en Estados Unidos los políticos se rodean de equipos de consejeros o consultores especialistas en lingüística. ¿La razón? Así cuidan y eligen con precisión las palabras con las cuales elaboran sus mensajes, porque, como bien lo señaló el filósofo chino Confucio, “Si no se usa con precisión el idioma, lo que se dice no es lo que se quiere decir”, y de tal suerte se previenen de malos entendidos.
Y es que no hay nada peor que un político o funcionario, tras alguna declaración a la prensa, teniendo que aclarar: “Yo no quise decir eso”, o, peor aún, “Yo nunca dije eso” (aunque haya audio y video como evidencias).
Es indicativo de esta táctica el modo en que el expresidente estadounidense William Clinton salió librado de la acusación interpuesta contra él por supuestamente haber tenido “relaciones sexuales” con la tristemente célebre Mónica Lewinski, exbecaria de la Casa Blanca. La salida que los abogados y asesores de Clinton hallaron, tras meses de incertidumbre, fue sin duda brillante, bien urdida por sus equipos de conocedores del idioma: aceptar que efectivamente había estado con la exbecaria, pero que no había tenido con ella una “relación sexual” (entendida como “coito”), sino una “relación inapropiada”.
Con esta expresión, después festinada, los abogados tuvieron elementos jurídicos bastantes para que el entonces presidente quedara exonerado.
Y es que si técnicamente una relación sexual se entiende como el contacto de los órganos sexuales (incluso la sola palabra “relaciones”, como en la frase “Tuvieron relaciones”, alude a “Tuvieron contacto con los órganos genitales”, en tanto que la frase “tener sexo” abarca otras opciones), entonces lo que hubo entre Clinton y Lewinski no fue una relación sexual. Lo que hubo, como hábilmente lo reconoció Clinton (“obedeciendo” a sus asesores lingüísticos), fue una “relación inapropiada”. Y como de esto último no lo acusaron, y de lo que lo acusaron (haber tenido “relaciones sexuales”) salió exonerado, pues no pudieron demostrárselo, quedó libre de un castigo formal y ¡salvó su presidencia!, pese a que muchos congresistas le habían exigido que renunciara, no por depravado, sino por haber mentido al negar que había tenido una relación sexual con la exbecaria.
¿Qué tal? ¿Verdad que el conocimiento y el dominio del idioma son importantes, e incluso dan poder?
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@miguelcamposr15
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