Como generación nos ha tocado vivir una época redonda, es decir un tiempo que termina por devorarse a sí mismo, en réplica de la serpiente que se muerde la cola, pues hemos pasado del esplendor de las vanguardias y sus herencias críticas hasta el triunfo del objeto ensimismado y el instalacionismo, tildado de conceptual, catapultado por la especulación de los centros hegemónicos de la cultura y el mercado: Berlín, Nueva York y Londres.
Este número correspondiente a noviembre se lo estamos dedicando a otra de las bellas artes: la Escultura.
Sin duda la Escultura, por ser tridimensional, le exige al artista no tan sólo creatividad, sino también talento, habilidad, técnica e inspiración, además de un gran conocimiento de la forma del cuerpo humano o de otro elemento que quiera representar.
“¡Cuál gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta/ si, en acabando la carta, / no pagan caros sus gritos!”
Quién no ha oído en cine, radio o televisión (en serio o en burla), o leído en un libro, estos cuatro versos, inicio del celebérrimo drama del español José Zorrilla titulado “Don Juan Tenorio”, escrito en 1844.
Pareciera que, de suyo, la música no tiene nada que ver con la escultura. Pero no; resulta que la escultura por sí misma conserva el ritmo de su creador y la armonía en cada una de sus líneas.
Decir que Camille Claudel (Fère-en-Tardenois, Aisne, 1864-1943) era un prodigio es quedarse corto.
A los 13 años, Claudel ya era una experta escultora que con el barro como instrumento retrataba con maestría a su familia y a la alta sociedad a la que pertenecía.
Y no me refiero a esa habilidad casi sobrenatural de algunos chefs para hacer una hamburguesa parecer una obra de arte (aunque, con hambre, todo vale), sino a las verdaderas esculturas gastronómicas que transforman los ingredientes más comunes en piezas dignas de un museo.
Pocas cosas impactan tanto como estar frente a una escultura. Visitar una ciudad, un museo y descubrir de pronto un objeto que bien podría tener vida. Un soplo le faltó al Moisés de Miguel Ángel para ser un humano, ¿quién podría no imaginar que en las venas del David no corre sangre? Lo mismo pasa con la poesía. El mármol como las palabras reflejan al mundo y lo hacen de manera dinámica.
En estos tiempos de la pos-modernidad hemos recibido como herencia de la pre-modernidad los monumentos, que son aquellas estructuras que se construyen para enaltecer algo o a alguien en una población, instalados en los lugares más vistosos, en las plazas públicas, en la entrada de las ciudades, para que con ello se forje la historia monumental de ese lugar.
La escultura, como una de las bellas artes, alcanzó su expresión más perfecta en dos momentos de la historia humana: el primero de ellos, la antigüedad clásica grecorromana; el segundo, el Renacimiento. A diferencia de otras épocas y latitudes, en estos dos momentos se alcanza un perfeccionamiento de las formas que se distingue de las de otros periodos tales como la prehistoria, donde se encuentran figuras humanoides de proporciones más bien imperfectas y apenas ensayadas...
Desde la más remota antigüedad, el ser humano ha tenido conciencia de la muerte; los enterramientos descubiertos en las excavaciones en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, en 1908, en Francia, así como en los de la Sima de los Huesos, en Atapuerca, España, en 1975...
La escultura actual abarca una diversidad de estilos y enfoques. Los artistas contemporáneos experimentan con una variedad de materiales, desde lo tradicional hasta lo más innovador, como el reciclaje o las instalaciones multimedia. La estética actual tiende a explorar conceptos abstractos, sociales y emocionales, rompiendo con las normas clásicas y desafiando la percepción del espectador.
Casi ya no puedo respirar... me falta el aliento...
Qué cosas pasan. Todavía en la mañana me levanté como si nada. Arranqué mi Thorton azul, mi orgullo, con mucho ánimo. Los muchachos llegaron a tiempo. Teníamos que ir cuanto antes a cargar la zanahoria para aprovechar la plaza. Pagué mucho dinero por las cuatro hectáreas, y si no nos apurábamos a sacarla, el precio podría venirse abajo en un santiamén, como a veces pasa con las legumbres, y ni modo de perder tanto dinero. De apurarnos, a lo mejor hasta doble viaje echábamos.
De la icónica Joyce Carol Oates, autora de más de cincuenta libros y finalista de premios Pulitzer y Nobel, llega esta terrorífica novela histórica basada en la vida del Padre de la neurología y los hechos reales que llevó a cabo este personaje en un hospital psiquiátrico para mujeres en el siglo pasado. Es una impresionante novela que, como sugiere el título, describe las obsesiones de un hombre sin escrúpulos y hambre de conocimiento.
Fotografía de Daniel Casas 2017, Xilitla, San Luis Potosí, México. El surrealismo es un dictado de tu pensamiento sin la intervención reguladora de la razón y ajeno a toda preocupación estética o moral. En el jardín que alberga a esta y otras esculturas, el surrealismo se materializa y encanta a sus visitantes.
Eduardo Pineda
eptribuna@gmail.com
Con la esencia del Chac Mool
El artista británico Henry Moore (1898-1986, Inglaterra) reconoció en nuestra cultura prehispánica la belleza de la forma, incluso la característica abstracta de mucha de la escultura pétrea que podemos encontrar en piezas maestras del arte mexicano de antes de la conquista. Son notables en este renglón las representaciones de las cabezas olmecas, que aluden al rostro del jaguar.
Los vestigios encontrados en las profundidades de las grutas del viejo continente dan fe del interés de los anónimos artífices del Paleolítico superior por sacar el máximo provecho de todos los tipos de materiales a su alcance. En lo particular, destacan los objetos fabricados a partir de huesos planos o largos, marfiles de mamut, astas de reno, incisivas de caballo, ámbar o esteatita. Desde que los conozco, estos pequeños objetos me han fascinado, sobre todo porque queda plasmada en su muy frágil y diminuta materialidad, la extrema virtuosidad en el manejo del oficio de la talla, de quienes los idearon y realizaron.
El arte del clown: una exploración de nuestro otro yo
El clown es mucho más que el arquetipo de payaso circense con nariz roja. Su origen y práctica se remontan al teatro y la comedia popular, donde cada gesto, caída y expresión busca conectar directamente con las emociones del espectador. A diferencia de los payasos tradicionales que interpretan un papel, el clown explora su propio yo, revelando en escena una versión más pura, ingenua y espontánea de sí mismo. En sus primeras etapas, el clown era una figura de circo multidisciplinaria, que además de hacer reír, incluía habilidades como malabarismo, acrobacias y música.