Adelanto de libros

En este número ofrecemos a los lectores el adelanto de un capítulo del libro “provocaciones artísticas”, de Eduardo Pineda. 

 

Filtrado por un ágata 

Aproximación a “Piedra de Sol”  

de Octavio Paz 

 

 

La poesía tiene una connotación atemporal, inespecífica, intangible y vaporizada. La poesía no se puede datar, no se puede ubicar, es indeterminada, es agua entre las manos que al menos deja su humedad como huella.  

La poesía transita de un estado a otro sin fases, sin pasos, sin una enumeración determinada, es un aroma que dejó como rastro una cocción de ingredientes no conocidos y no explorados en el pasado. Es una humedad de siglos, una mancha en la pared, un taciturno eco en las bóvedas es una telaraña en los techos altos, una nota borrada de la partitura de la memoria, pero cuyo vestigio permanece en la inquietud de las mentes poco racionales. Es una migaja que aún está en el horno, no perece, no se funde, no se carboniza, pero está en el horno, se salva de las brasas del tiempo por su estado intangible, se salva del comensal porque se difumina con su entorno; se pierde, no se ve, pero está ahí, en el horno: contempla otras cocciones, contempla otros procesos, pero a ella no le ocurre ninguno por más que pase el tiempo.   

 

La poesía es una nube antes de formarse, es vapor invisible, es luz que no rebota, es vibración que no mueve algún tímpano. Es una piedra que el agua no puede pulir, es una piedra con aristas, áspera y polvosa porque los ríos del tiempo no la pueden tocar, si se consolidara como nube jamás se precipitaría, por eso no se estatifica, pero si permanece. La poesía es el calor de una hoguera después de que la llama se extingue, es la luz del fuego que prevalece en la memoria del incendiario, no se le puede ubicar en el sitio donde estaba la fogata, ahí sólo quedan cenizas; pero si en quien contempló los leños ardiendo, porque su calor le guareció la vida, su luz venció sus tinieblas, su capacidad transformadora le dio alimento. Los productos del fuego habitan así para siempre, aunque sus llamas ya no se hallen en la circunferencia negruzca y blanca del piso que les dio soporte a sus leños combustibles.  

 

La poesía es un sueño, la poesía es una irrealidad que parte del que sueña, de un inocente que se fue a dormir sin sospechar lo que vendría. El durmiente no controla su sueño, pero si lo crea desde la inconciencia, así le pasa al poeta y su poesía, es como un pintor a ciegas, como un escultor en el aire, como un mimo sin público. El sueño empieza y termina sin generar sospecha alguna de su inicio y su final: sólo ocurre. La poesía ocurre también, paralela, pocas veces oblicua al poeta, sin su intención, sin una volición del poeta por escribirla. Es como si algún dios dictara la poesía al poeta, como si el escritor no se gobernara, es como un loco poseído, es como un mitómano de las mentiras de su dios. Octavio Paz fue uno de esos locos, y en su realidad onírica se esculpió la “Piedra de Sol”, como una serpiente que se muerde la cola.  

 

 

“Un sauce de cristal, un chopo de agua, 

un alto surtidor que el viento arquea, 

un árbol bien plantado más danzante, 

un caminar de río que se curva, 

avanza, retrocede, da un rodeo 

y llega siempre: 

un caminar tranquilo 

de estrella o primavera sin premura, 

agua que con los párpados cerrados 

mana toda la noche profecías, 

unánime presencia en oleaje, 

ola tras ola hasta cubrirlo todo, 

verde soberanía sin ocaso 

como el deslumbramiento de las alas 

cuando se abren en mitad del cielo” 

 

Aún no sé si así empieza o así termina la inescrutable “Piedra de Sol”, la que asemeja a la mujer del imaginativo en Paz con el resplandor de la plaza pública y la majestad y belleza de las cúpulas eclesiásticas; pero la obra cíclica del poeta y ensayista es una serpiente que se muerde la cola, pero no se envenena a sí misma. Quizá, eso es México, quizá el México de la soledad y arropo, del recogimiento frente a las veladoras de una ofrenda que iluminan a las calaveras dulces que se ríen de la inevitable muerte de los que rezan por el alma de las animas al tiempo que comparten el dulce de calabaza, la fiesta que sugiere el papel picado y las olorosas flores naranjas y amarillas entre el espeso humo incensario. Tal vez este país que vive y muere en el desconcierto y la contradicción festiva es, igualmente circular y aunque se muerde, tampoco se envenena. Con la imaginación de ida y vuelta a la tierra de su México, del país de las desgracias, las esperanzas, los ensueños, la realidad trastocada por la nunca más región transparente de Fuentes o por los desiertos donde se libran las batallas escolares de José Emilio; Octavio Paz no solo anduvo por Mixcoac, Coyoacán o las calles grises ensombrecidas por los palacios relucientes del Centro Histórico de la Ciudad de México. Con la mirada de un hombre que escribió en círculo sobre la Piedra de Sol y la agudeza espiritual de la exploración del ser del mexicano que se introduce en El Laberinto de la Soledad e incluso va de vuelta a él, Paz alcanzó los confines de nuestro país, fue y vino del río Bravo adentrándose en la frontera compartida con la nación icónica del nihilismo en la disertación acerca del cholo y ascendió a lo más alto de la Pirámide del Sol en Teotihuacán para contemplar a los muchachos que fuman marihuana en el ocaso mientras tocan las desafinadas guitarras de la juventud en el Himno entre ruinas. El problema por el tiempo y la temporalidad humana (¿acaso existe otra?) condujeron al ilustre premio Nobel a la Capilla Guadalupana del antiguo Palacio de Minería. Ahí, sentado entre Elizondo y Jorge Luis Borges al disponerse a conducir “La poesía en nuestro tiempo” para la televisión local, examinó aquel “nuestro tiempo”. Si nuestro tiempo es el presente, éste sugiere la existencia de un tiempo más vasto que contiene al actual, las relaciones de la poesía con el tiempo son singulares decía el poeta mexicano, a veces he pensado, continuaba, que la poesía es la memoria, Aristóteles pensaba que la poesía es lo posible verosímil, la historia se ocupa de lo que fue, la filosofía de lo que es y la poesía de lo que podrá ser.  

 

“un caminar entre las espesuras 

de los días futuros y el aciago 

fulgor de la desdicha como un ave 

petrificando el bosque con su canto 

y las felicidades inminentes 

entre las ramas que se desvanecen, 

horas de luz que pican ya los pájaros, 

presagios que se escapan de la mano, 

una presencia como un canto súbito, 

como el viento cantando en el incendio, 

una mirada que sostiene en vilo al mundo 

con sus mares y sus montes, 

cuerpo de luz filtrada por un ágata, 

piernas de luz, vientre de luz, bahías, 

roca solar, cuerpo color de nube, 

color de día rápido que salta” 

 

Vemos en Paz a un hombre que trascendió la escritura artística de la poesía hacia un discurso filosófico, no solo sobre el tiempo, sino sobre otros aspectos de la realidad como el ser de un pueblo y el hacer de una época. Criticó enérgicamente al siglo del envilecimiento del amor, el dinero y el cuerpo, extrañó las épocas pasadas como la Europa de la ilustración o los pueblos mediterráneos del renacimiento. Sin temor a errar, explicamos la capacidad del poeta para reflexionar profundamente mediante la rima, la métrica y la prosa por la conjugación de una costumbre por observar y preguntar ante el asombro y un conocimiento y uso singular del idioma español; la idea de la inexistencia de la sinonimia en nuestra lengua madre, derivó en que la obra vastísima de Octavio Paz contuviera la claridad de pensamiento y facilidad discursiva que le caracterizó durante y después de la vida. Contó Elenita Poniatowska, al recibir el Cervantes de Literatura frente a los reyes de España, que en una ocasión Octavio Paz fue de visita a la casa de un amigo, tras tocar el portón de la casa pudo entrever la figura de la sirvienta que antes de preguntar “¿Quién es?” gritó: “¡No hay nadie!” A lo que Paz respondió: Y entonces tú, quién eres. Derivado de este encuentro el poeta escribió “Los nadie” donde nos muestra a esos, a ellos, a estos que, según las remanentes ideologías inquisitivas colonizadoras son “nadie”.   

 

Como hijos de la revolución burguesa que se suscitó en México a principios del siglo pasado, Octavio Paz, José Vasconcelos, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros artistas e intelectuales más de su generación, sentaron las bases y allanaron el terreno donde correría la tinta de Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Carlos Pellicer, Elena Poniatowska, Juan Rulfo, Elena Garro y muchos otros. Se exploraría el México rural donde arde El Llano en Llamas y donde un hombre mata a su mujer e hijo nonato convirtiendo una choza en El Rastro y también la urbe nacional donde no acaba La Muerte de Artemio Cruz y Aura vive siempre misteriosa en la inexistente pero posible casa de la calle Donceles. La crónica de la ciudad, gigante megalópolis capitalina donde caben y se excluyen todos los Méxicos, fue narrada por sus testigos que murieron en La Noche de Tlatelolco y prefirieron El Universo o Nada y La Piel del Cielo. La crítica política y las corrientes de los ríos de protesta de la década de los años sesenta hicieron rodar ramas, piedras, arcillas y una vitalidad infatigable en los Taibo, en Eduardo del Río (Rius), en Germán Dehesa y un sinfín de moneros, escritores y escritores-moneros. Y Octavio Paz como antecesor, como manantial, como cauce de rio, como sendero. 

 

“cuartos a la deriva 

entre ciudades que se van a pique, 

cuartos y calles, nombres como heridas, 

el cuarto con ventanas a otros cuartos 

con el mismo papel descolorido 

donde un hombre en camisa lee el periódico 

o plancha una mujer; el cuarto claro 

que visitan las ramas del durazno; 

el otro cuarto: afuera siempre llueve 

y hay un patio y tres niños oxidados; 

cuartos que son navíos que se mecen 

en un golfo de luz; o submarinos: 

el silencio se esparce en olas verdes, 

todo lo que tocamos fosforece; 

mausoleos del lujo, ya roídos 

los retratos, raídos los tapetes; 

trampas, celdas, cavernas encantadas, 

pajareras y cuartos numerados, 

todos se transfiguran, todos vuelan, 

cada moldura es nube, cada puerta 

da al mar, al campo, al aire, cada mesa 

es un festín; cerrados como conchas 

el tiempo inútilmente los asedia, 

no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio, 

abre la mano, coge esta riqueza, 

corta los frutos, come de la vida, 

tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!, 

todo se transfigura y es sagrado, 

es el centro del mundo cada cuarto, 

es la primera noche, el primer día, 

el mundo nace cuando dos se besan” 

 

Poesía y filosofía. Una dualidad compleja, una forma de habitar el mundo y de explicar y explicarse fenómenos tan elevados como el amor, la muerte, Dios, la vida o la belleza.  A debate propongo que en Octavio Paz la problematización de la realidad física y de la realidad subjetiva se reacomodaron en sus cuerpos ensayísticos, pero también en su poesía. Era tal vez más sencillo ensayar entorno a un problema, pero para Paz era más hermoso poetizar el problema, tal vez porque la poesía rompe la barrera del tiempo y se asienta so pena de los lectores, se encapsula en sí misma y se escudriña sólo bajo la apreciación artística, el ensayo en cambio es presa de los estudiosos y de los estudiantes, sin menoscabarlo, pero el ensayo se puede subrayar, tachonear, sobrescribir y discutir como la opinión de un autor; mientras que la poesía se aprecia cual obra de arte que es y se estudia bajo la apreciación estética y no solo discursiva.  

 

“quiero seguir, ir más allá, y no puedo: 

se despeñó el instante en otro y otro, 

dormí sueños de piedra que no sueña 

y al cabo de los años como piedras 

oí cantar mi sangre encarcelada, 

con un rumor de luz el mar cantaba, 

una a una cedían las murallas, 

todas las puertas se desmoronaban 

y el sol entraba a saco por mi frente, 

despegaba mis párpados cerrados, 

desprendía mi ser de su envoltura, 

me arrancaba de mí, me separaba 

de mi bruto dormir siglos de piedra 

y su magia de espejos revivía 

un sauce de cristal, un chopo de agua, 

un alto surtidor que el viento arquea, 

un árbol bien plantado mas danzante, 

un caminar de río que se curva, 

avanza, retrocede, da un rodeo 

y llega siempre:” 

 

De manera que, trascender el tiempo desde la poesía es un legado para los hombres que no se confían a su memoria, el trabajo de Octavio Paz que hoy llamo a través de Piedra de Sol es precisamente ese develar el tiempo sobre la obra escultórica de la poesía acerca de las ideas que fundamentarían un ensayo.   Paz, es, el escultor del tiempo con la roca del ensayo y el cincel de la poesía. Podemos asegurar, parafraseando a Octavio Paz que, gracias a él, por fin, México es contemporáneo de todos los hombres y de todos los tiempos.    

 

 

Eduardo Pineda 

ep293868@gmail.com 

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