Café para la educación

Éricka Elvira Méndez Ortega 

 

 

Ojalá que llueva café en el campo 

Pa’ que en el conuco no se sufra tanto, 

pa’ que nuestros pueblos oigan este canto, 

pa’ que todos los niños canten en el campo, 

ojalá que llueva café en el campo. 

Juan Luis Guerra (1989)

 

Efectivamente, según lo dicta el estribillo de esta canción, ojalá que llueva café en el campo porque resulta paradójico el hecho de que las personas que lo cultivan sean las que menos se benefician de él. Allá por la bellísima Sierra Norte del estado de Puebla, las familias más humildes toman café durante todo el día desde edades muy tempranas porque entre la leche, el refresco o el agua embotellada, el café es el menos caro, relativamente, pues el trabajo que implica su producción desde que se siembra hasta que se empaca es muy pesado, como cualquier trabajo en el campo aunado a la ínfima paga. 

Por tal razón, el valor de este grano debe atesorarse en cada sorbo, pues suculento es el café en los restaurantes, en las cafeterías, en la oficina, en una junta de trabajo, con una visita en casa. En todo momento y con cualquier pretexto, el café es una bebida que se disfruta o motiva a disfrutar lo que hacemos y a las personas con quienes lo compartimos. Atendiendo lo anterior, la escuela no debería ser la excepción. 

Comparto con ustedes, asiduos lectores, un proyecto que siempre he tenido en mente para realizar en las instituciones educativas de educación básica: un café literario. Pero como realmente debe realizarse, y no como un programa donde hay de todo, menos lectura. El espacio ideal es la biblioteca, donde se darán cita estudiantes, maestros y padres de familia. Como en una cafetería real, comprarían su café a un precio simbólico, elegirían un libro, el que llame su atención, y tomarían asiento en tapetes dispuestos en el suelo y por respaldo cojines que cada quien llevaría. 

De esta manera se pueden trabajar varias habilidades, obviamente el placer de la lectura, que es el objetivo principal, el delicioso aroma y sabor del café, la convivencia con un grupo de intelectuales, por lo menos en ese momento, y aprender a escuchar la buena música. Claro que esta idea implica mucho trabajo para quien desee realizarlo y se enfrentará a muchas limitantes propias de las escuelas que no gustan de hacer actividades diferentes. 

Si embargo, es menester dar el primer paso y lograr que esta actividad sea parte del plan de estudios para los niveles que conforman la educación básica, a saber: preescolar, primaria y secundaria. Y si se pudiera darle continuidad en los niveles superiores, sería fabuloso. ¡Qué país de lectores y amantes del café tendríamos! 

Tal vez, amable lector, digas que la que escribe tiene mucha imaginación y que más bien parece un cuento de hadas o ciencia ficción, pero no, ni lo uno ni lo otro, pues lo único que tengo son ganas de que llueva café… en las escuelas. Café, libros, música, cultura, arte. Una tormenta. Bueno al parecer, sí tengo mucha imaginación.  

 

 

Contacto: eryelmeor@gmail.com 

 

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