De la naturaleza sólo nos quedan los nombres

Imagen “Códice Cuautinchan” de: https://mediateca.inah.gob.mx 

 

Huejotzingo, por ejemplo, es una palabra de origen prehispánico, una forma de traducir el fonema que se representa hispanizado con esas grafías: “h-u-e-j-o-t-z-i-n-g-o”, se puede traducir al castellano como lugar de los sauces pequeños. Podemos recordar que hasta hace unos años la carretera federal Puebla-México en el tramo Cholula-Huejotzingo estaba flanqueada por sauces, así como el centro del municipio citado y sus márgenes. ¿Y ahora? Tan sólo queda un sauce en el zócalo de la ciudad de la sidra.  

Atlixco es otro ejemplo: Atl (agua) ixco (espejo), para los antiguos pobladores de estas tierras, Atlixco era un lugar repleto de espejos de agua: jagüeyes, riachuelos, laguitos… ¿Cuántos cuerpos de agua le quedan a Atlixco? Uno, en medio de los viveros de Cabrera. 

Un caso más. Iztaccíhuatl, mal traducido como “mujer dormida”. Si bien es verdad que desde la época precolombina se le ha notado a la montaña cuerpo de una mujer recostada boca arriba, también es cierto que izta se entiende como sal, mientras que cíhuatl como mujer. Para los habitantes de este sector de Mesoamérica era una mujer de sal porque todo el año al menos una parte, su pecho, era color blanco. El permafrost que se situaba en la cima de esta elevación hoy ya no existe, y en época de calor la montaña de la que hablamos no tiene una sola parte blanca. 

Los nominativos en las culturas precolombinas eran resultado de una minuciosa observación de la naturaleza; la abundancia de algún elemento, de una o varias especies animales o vegetales, las condiciones orográficas o climáticas eran motivo para nombrar regiones o sitios específicos. Conocer esta nomenclatura y su interpretación en castellano nos aporta un conocimiento de la riqueza natural que ellos notaban y de la cual sólo nos quedan sus nombres. 

El estudio y representación de los diversos ecosistemas parece una constante inherente al ser humano, podemos decir que es normal que las personas nombren, clasifiquen y describan el entorno. Fue así como surgió el naturalismo y después la biología ecosistémica. Y, de alguna manera, el respeto a los procesos naturales surge del conocimiento profundo del paisaje natural.  

Sólo lo que se conoce se ama, decimos. Y es verdad, por eso toma vital importancia en la educación ambiental el estudio detallado de la cosmovisión ancestral de nuestras raíces nominativas, protocientíficas y literarias.  

A Netzahualcototzin se le atribuye un canto: 

“No acabarán mis flores, 

No cesarán mis cantos. 

Yo cantor los elevo, 

Se reparten, se esparcen. 

Aun cuando las flores 

Se marchitan y amarillecen, 

Serán llevadas allá, 

Al interior de la casa 

Del ave de plumas de oro”. 

En el que podemos notar nuevamente el interés por los elementos del paisaje, la admiración por la belleza y los procesos naturales.  

Y qué decir de los ritos ceremoniales, el uso de los inciensos de copal y resina de ocote, los penachos de plumas de aves hermosas, las bebidas fermentadas del maguey, la adoración a la lluvia y el viento, el fuego y el agua. 

La oralidad nos trajo la nominativa natural, la descripción del medio natural, del cual, por desgracia, sólo nos queda eso: los nombres. 

 

 

Eduardo Pineda 

ep293868@gmail.com 

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