Los verdaderos riesgos de la inteligencia artificial

El cine y la literatura de ciencia ficción están llenos de referencias a aquello que se ha dado en llamar «inteligencia artificial», sobre todo en esas historias de corte distópico dentro del género. En ellas, vemos robots de altísima tecnología, así como imágenes holográficas o rostros informáticos proyectados en pantallas o en monitores, ambos generados y modelados por ordenadores, que no sólo han logrado imitar las expresiones humanas en sus rasgos faciales con una perfección que llega a lo macabro e inquietante, sino que incluso parecen haber emulado las propias emociones causantes de tales expresiones, y hasta la consciencia e inteligencia humanas. De allí el nombre de «inteligencia artificial», usualmente abreviado por las siglas I.A. (en inglés A. I.) 

En no pocas de esas historias se abordan los posibles riesgos que podría comportar el desarrollo de esta I. A., los cuales van desde la posibilidad de que un robot que es inicialmente un juguete termine desarrollando emociones humanas y de que eventualmente pueda reemplazar a los niños humanos en los sentimientos de sus padres, como en la película del año 2001 titulada simplemente «Inteligencia artificial», de Steven Spielberg, la cual explora este tema, hasta aquellas donde las máquinas se han revelado y han declarado la guerra frontal al hombre, como sucede en la saga «Terminator». O incluso en aquellas películas en que la ciencia ficción se mezcla con el terror slasher, como sucede con la recientemente estrenada «Megan».  

Incluso, la supercomputadora HAL 9000 de la película «2001, una odisea del espacio», de Stanley Kubrick, basada a su vez en un cuento de Arthur C. Clarke, muestra la aterradora posibilidad de que una computadora con iniciativa propia tome el control de una misión espacial, asesinando a toda la tripulación, por la sencilla razón de que su lógica le ha dictado que eso es lo conveniente. 

Si todas aquellas cosas que la ciencia ficción nos ha mostrado son o no posibilidades reales, por el momento todo ello forma parte de los oscuros terrenos de la mera especulación, y de hecho, nada de eso parece realmente muy factible, por lo menos en el corto plazo. 

Sin embargo, de un tiempo para acá, el tema de la I. A. ha vuelto a ponerse de moda y a ponerse en el centro del debate a raíz del desarrollo de programas informáticos que pretenden igualar las capacidades del hombre en la realización de determinadas tareas, de una manera hasta cierto punto autónoma, siendo supuestamente capaces de tomar decisiones y resolver problemas pensando como humanos. 

La página de internet de Iberdrola define a la inteligencia artificial de la siguiente manera: «la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas que presenten las mismas capacidades que el ser humano» (1) 

Tales algoritmos no son más que un conjunto de instrucciones lógicas, que, aunque complejas, son programadas por la inteligencia de un ser humano, y no algo que los ordenadores hayan desarrollado de manera autónoma mediante el aprendizaje y la evolución de un modo orgánico. 

Es por ello que, en estricto sentido, la «inteligencia artificial» es algo que sencillamente no existe, pues la inteligencia es una facultad de la consciencia, y la consciencia implica necesariamente un alma, la cual no está presente en las máquinas, ni aun en el más sofisticado de los ordenadores actuales (ni lo estará en los ordenadores del futuro, porque las computadoras son máquinas, y no organismos vivos ni seres racionales autoconscientes). 

Sin embargo, y aunque no es como nos la muestra la ciencia ficción, esta tecnología sí que conlleva ciertos riesgos, sobre todo si abusamos de ella como si se tratara del sustituto definitivo de los quehaceres humanos.  

Si dejamos que las computadoras hagan arte y escriban literatura y poesía por nosotros (aunque ello no sea más que el producto de complejos algoritmos de memoria, cálculo y búsqueda), cediéndoles así nuestra creatividad (facultad propia y exclusiva del espíritu humano), o que nos  sustituyan en cualquier actividad que implique el razonamiento, o que sencillamente les permitamos resolver nuestros problemas y organizar nuestro mundo según su “parecer” basado en su lógica programada, o sustituir a otros seres humanos en nuestros afectos, o, en fin, reemplazarnos en nuestros puestos de trabajo, entonces, sin que sea necesario haber llegado a la distopía apocalíptica de «Terminator», habremos perdido la guerra frente a la máquina. 

 

1  https://www.iberdrola.com/innovacion/que-es-inteligencia-artificial 

 

 

Miguel Campos Quiroz 

camposquirozmiguel@gmail.com 

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