Poesía para no expertos

Luis Antonio Godina Herrera 

 

 

 

¿Quién inventó el tiempo? La respuesta a esta pregunta es un arcano. Sabemos con claridad que el hombre concibió la medición del tiempo, pero desde el origen el tiempo ha estado ahí. Desde el Big–Bang hasta nuestros días. Cuidarlo, entonces, es una tarea que los humanos nos dimos y a veces despreciamos. 

Hasta donde sabemos, los babilonios desarrollaron un sistema de tiempo basado en el número 60, que es la base de los 60 segundos en un minuto y 60 minutos en una hora que usamos hoy. Así aprendimos a cuidar o no, cada hora, cada minuto, cada segundo de nuestra vida. Los relojes avanzan sin duda, pero el tiempo está más allá de su funcionamiento. 

En la poesía, el tiempo, por supuesto, no ha pasado inadvertido nunca. En esta ocasión compartiré con los y las lectoras de Sibarita textos maravillosos que sobre el tiempo nos han heredado poetas del mundo. Inicio con Final de año, de Jorge Luis Borges; lean ustedes este fragmento muy a cuento de los tiempos decembrinos:  

 

Ni el pormenor simbólico 

de reemplazar un tres por un dos 

ni esa metáfora baldía 

que convoca un lapso que muere y otro que surge 

ni el cumplimiento de un proceso astronómico 

aturden y socavan 

la altiplanicie de esta noche 

y nos obligan a esperar 

las doce irreparables campanadas. 

 

Y Pablo Neruda en Oda al Tiempo nos ofrece un lección de cómo el tiempo vive y va independientemente de nuestra voluntad: 
 

Dentro de ti tu edad 
creciendo,
dentro de mí mi edad 
andando.
El tiempo es decidido, 
no suena su campana, 
se acrecienta, camina, 
por dentro de nosotros, 
aparece…  

 

Siendo niño, mi padre me enseñó un soneto de Renato Leduc titulado:  Aquí se habla del tiempo perdido que, como dice el dicho, los santos lo lloran. A pesar de que algunas adaptaciones le ponen música a la poesía (como si la necesitara) y son de mi agrado, por ejemplo el trabajo de Joan Manuel Serrat sobre Miguel Hernández o León Felipe, o de Alberto Cortez sobre Borges o Dicenta, siempre se me ha hecho una falta de respeto que a este soneto de Leduc se le conozca como la canción Tiempo y Destiempo de Marco Antonio Múñiz. Dejo ante ustedes este soneto, nunca canción: 

 

Sabia virtud de conocer el tiempo, 

a tiempo amar y desatarse a tiempo; 

como dice el refrán: dar tiempo al tiempo… 

que de amor y dolor alivia el tiempo. 

  

Aquel amor a quien amé a destiempo 

martirizóme tanto y tanto tiempo 

que no sentí jamás correr el tiempo, 

tan acremente como en ese tiempo. 

  

Amar queriendo como en otro tiempo 

ignoraba yo aún que el tiempo es oro 

cuánto tiempo perdí ay cuánto tiempo. 

  

Y hoy que de amores ya no tengo tiempo, 

amor de aquellos tiempos cómo añoro 

la dicha inicua de perder el tiempo… 

 

Al consultar la Antología de la poesía mexicana del siglo XX confeccionada por Carlos Monsiváis, encontré un soneto de Bernardo Ortiz de Montellano, Tiempo, se llama; comparto los cuartetos que lo conforman: 

 

Porque el tiempo se mide, no se cuenta,  

su luz a la distancia sobrevive 

el aire pierde espacio en la tormenta 

y en el suelo extraño se percibe. 

 

Porque el tiempo se goza, no se cuenta  

la secreta aventura que se vive, 

burlas de horror y sed nos alimenta 

y en alta noche amor su mano escribe. 

 

Cervantes en el Quijote, al continuar con la aventura del Vizcaíno, señala: “echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.”  

El tiempo acecha, consume, pero también da esperanza; en estas épocas vale una reflexión sobre él. Una copa de vino, la lectura de algún poema, son los mejores acompañantes para sobrevivir al frío y a los tiempos que por oscuros siempre brindan la seguridad de un mañana. 

 

¡Feliz año 2024! 

 

 

 

 

Facebook: Luis Antonio Godina 

Compartir

About Author

Related Post

Leave us a reply