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De caderas y astronautas

I 

La imagen ya ha sido vista en repetidas ocasiones y aun así cuesta ser tomada en serio la polémica que creó. 

Eran los años 50: Un chico blanco, bien parecido, armado con una guitarra y una mueca de rebeldía, mueve sus caderas en televisión nacional provocando desmayos y gritos de éxtasis ante un público adolescente educado dentro de un conservadurismo donde dichas muestras de sensualidad, por más inocentes que fueran, debían hacerse en una intimidad recalcitrante con los valores que promovía el American way of life. 

Lo que hizo Elvis Presley en sus presentaciones en vivo fue algo equivalente a un exorcismo social hecho en público; ahí estaba un joven como ellos, un joven que entonaba canciones como Heartbreaker hotel y Jailhouse rock cantando sobre el deseo, más que del amor, endulzando la desesperación y el ansia de un público adolescente que veía por primera vez reflejado su sentir. 

No era que se descubriera el hilo negro o se iluminara sobre algo inalcanzable; aquí había alguien que simplemente traducía en palabras algo real que cuando se buscaba dar a conocer provocaba patadas bajo la mesa en las familias y podía generar rechazo ante los amigos o conocidos que lo supieran, un rechazo que exacerbaba una represión. 

Y pocos vicios más nocivos que ése para una sociedad. 

II 

Casi 70, casi 80 años después, el estreno de Lightyear (innecesaria precuela/spinoff que retrata el origen del legendario Buzz Lightyear) trasciende por motivos lejanos a calidad o emotividad: un beso entre dos mujeres, a la luz del día y además con un hijo de ambas, ha provocado un aluvión de mojigatería y llamado a una vigilancia sobre el entretenimiento infantil, cuando lo único que hace esa escena es mostrar en un beso una historia que sabemos existe pero que en muchas ocasiones se ha borrado de ser retratada en la cultura popular de forma masiva, debiendo en muchas ocasiones basarse en contar una tragedia para su consumo. 

Si bien la cinta que contiene este momento es algo bastante olvidable, el mostrar lejos de aspavientos y con una naturalidad necesaria un beso (que no deja de ser una muestra de amor que ocupa 2 segundos de pantalla y no altera en lo más mínimo la aburrida trama) ha convertido en tema de conversación si lo puede ver un niño, más que la importancia de la representación y dejar de buscar que el amor deba ser algo adaptable a una consciencia o rancia moral. 

III 

Y es Disney, la misma casa que nos mostró niños bebiendo (Pinocho), amenazas de mutilación (Blanca Nieves), abuso animal (Dumbo) y otras obscuridades como parte esencial de sus tramas, la que hoy debe manejar un control de daños al mostrar lo que más necesitamos y que pareciera aún nos deben explicar en lugar de sentirlo. 

Lo que parecería debe hacerse a escondidas en lugar de aceptar su naturalidad. 

Al mostrar amor. 

Y los Beatles tienen razón. 

 

 

Agustín Ortiz 

joseagustinortiz86@gmail.com

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