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De música, computadoras y otros mundos

Cine

Agustín Ortiz 

 

 

Dentro de la filmografía del legendario Steven Spielberg, el caso de Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) es uno curioso: considerada por muchos como una de las obras maestras del que quizá sea el cineasta popular más importante que ha dado el cine, también es una cinta que frecuentemente se pasa por alto a la hora de enumerar y visitar los clásicos que este director nos ha dado. 

Pero lo cierto es que es, junto con Los Fabelman (2022), la obra más personal que el creador de clásicos como La lista de Schindler (1993), Tiburón (1975), Indiana Jones en busca del arca perdida (1981), Jurassic Park (1993) y demás (imposible por cuestiones de espacio extendernos) nos ha regalado. 

Una obra que si bien parte de la ciencia ficción, lo cierto es que es puro corazón. 

El corazón de un niño herido. 

En distintas entrevistas Spielberg ha contado cómo detrás de este genio y carácter afable existe una infancia dolorosa: hijo de un ingeniero electrónico y una pianista, Steven creció siendo un chico que se refugiaba en la cultura popular para escapar del caos y conflicto en el cual se había convertido su vida familiar, alejándose de su familia y acercándose cada vez más al cine para a los 17 años, año del divorcio de sus padres, debutar como realizador con Fireflight (1963), antecedente de Encuentros cercanos… y cinta financiada por su padre, donde bajo el manto de la ciencia ficción se nos narra un encuentro entre dos mundos, donde el big bang del asunto no deja de responder a una necesidad fundamental del ser humano, una que Spielberg retrataba partiendo de una necesidad humana y que él meditaba con urgencia al mismo tiempo que, ante la separación de sus padres, dejaba su pequeño pueblo de Ohio para crecer lejos de lo que había conocido. 

Buscando conectar. 

Con su padre, con su familia, con su mundo. 

Y así, ya superada la treintena, Encuentros cercanos… nos muestra una cinta que, al igual que ese debut, utiliza la idea de una tecnología avanzada para hablarnos de un tema primario: el lenguaje, la comunicación como la medida en la cual el ser humano conoce un más allá que le permite conocerse a sí mismo y a sus posibilidades. Así, en la historia del ingeniero eléctrico Roy Neary (interpretado magníficamente por Richard Dreyfuss, el actor que Spielberg definiría como su alter ego) y su primer contacto con otros mundos, Spielberg jamás pierde el ojo de la alienación que siente Roy ante su entorno, siendo la idea de un contacto no solamente una obsesión, sino una necesidad que le ayude a descubrirse a sí mismo y a encontrar su lugar. 

Y es en medio de esta trama que vemos cómo a través de la tecnología surge la música como primer intento de acercamiento: lejos de una idea de diálogo, se refrenda como el lenguaje universal al momento del primer contacto: vemos que, ante la extrañeza, son el poder y la inmediatez como arte la primera impresión que se va tornando en familiaridad, en una comunicación que trasciende las palabras. Que conecta a dos mundos. 

Y fue años después cuando justamente Spielberg, al ser interrogado por James Lipton sobre el uso de la música y la tecnología para establecer ese primer contacto, se percató de que esos instrumentos para comunicarse no podían ser de otra forma para él: tecnología y música en una unión entendida, por aquel hijo de un ingeniero y una música, como manera de contactar, de conectar, de ser humano. 

Recordando el origen.   

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