¿Es posible alcanzar la felicidad?

LA CAVERNA 

Miguel Campos Quiroz 

 

 

 

Si se le pregunta a cualquier persona qué es la felicidad, la mayoría dará respuestas poco claras y más o menos vagas, subjetivas, y muy superficiales y básicas, las cuales diferirán de un individuo a otro, y que no consistirán en definiciones, sino en opiniones basadas en gustos, preferencias y afectos.  

Para algunos, la felicidad consistirá en tener mucho dinero; para otros, en ser famosos; para otros más, en realizarse como seres humanos o como profesionistas; y para otros más, en estar junto a una persona amada. Incluso, como ciertamente sucede con la naturaleza humana, no faltarán quienes encuentren felicidad en cosas o en actos ruines (si es que se le puede dar el nombre de «felicidad» a lo que no es sino un disfrute malsano, o lo que es lo mismo, deleitarse en el mal). Pero casi nadie de quienes respondan de tal modo a la cuestión, sabrán decir con precisión en qué consiste realmente la felicidad en sí. 

La respuesta cambiará grandemente si la misma pregunta se le hace a un literato, a un poeta, o a un artista. El primero probablemente escribirá una novela llena de reflexiones existenciales sobre el asunto, sin probablemente llegar nunca tampoco a poder dar una definición; el poeta quizá escribirá un soneto o una oda sobre la felicidad; y el artista seguramente hará una representación pictórica y simbólica de la misma. 

La cosa cambia aún más si recurrimos al conocimiento de los lingüistas y acudimos a consultar los diccionarios. En ellos sí que encontraremos definiciones precisas, pero reduccionistas, las cuales en realidad nos dirán muy poco, tales como la siguiente entrada de uno de tales diccionarios: «Felicidad f. Dicha, prosperidad»1, y otras similares, las cuales en lo que respecta al asunto que aquí nos ocupa, no hacen sino regresarnos al principio del problema, esto es, el de la dificultad de responder lo que es la felicidad en sí, pues el intento por definir un concepto tan  abstracto, elevado e ideal como el de «Felicidad», requiere profundidad de pensamiento y no definiciones de diccionario, las cuales son útiles para resolver dudas técnicas sobre las palabras, pero insuficientes para conceptos que pertenecen más al ámbito de la reflexión filosófica. 

Quizá quienes más se han acercado a poder definir la felicidad de un modo más verdadero sean precisamente los filósofos y los místicos. Y si bien tampoco se puede negar que sus respuestas difieren entre sí, la mayoría de ellos la describen no como una mera emoción de alegría exacerbada (pues esta sólo sería una suerte de estado de gozo exaltado y pasajero), sino como un estado trascendental de completitud, un estado de gracia perfecta (cuasi divina) que no es accesible en su plenitud a los mortales encarnados, pues es la realización del Bien supremo. Los cristianos la imaginan como el Paraíso, y las filosofías del Oriente ven su máxima expresión en el Nirvana absoluto, no alcanzable por el hombre en el plano físico. 

Entonces, ¿es que la felicidad le está negada del todo al ser humano en este mundo? ¿En verdad no es posible para nosotros, los mortales, alcanzar la felicidad en la tierra? 

La Felicidad en sí, como idea platónica perfecta que es (al igual que la Justicia en sí, el Bien en sí, o la Belleza en sí), ciertamente es inalcanzable en un mundo imperfecto como este en el que vivimos, en el cual habitamos seres humanos imperfectos, y en el cual, tanto las alegrías como las tristezas son una realidad en el vaivén de la vida. Y, sin embargo, de la misma manera en que, aunque no es posible manifestar en el mundo la Justicia en sí, el Bien en sí, o la Belleza en sí (pues pertenecen al ámbito de las Ideas Perfectas), no obstante, hay en el mundo cosas (y personas) que son justas, buenas y bellas, así también es igualmente verdad que hay cosas y momentos que son felices, aunque tales pequeñas felicidades sean efímeras, imperfectas y sujetas a la pérdida de las mismas (pues pertenecen al mundo). 

No podemos acceder a la idea, pero sí tender a ella, y ser capaces de manifestar un débil reflejo de la Felicidad Suprema en este nuestro mundo de sombras, en esta nuestra caverna platónica. 

No nos es dado a los seres humanos el acceder a la Felicidad en sí, en su aspecto trascendente. Sin embargo, tampoco es menos cierto que sí podemos encontrar atisbos de la felicidad en muchas de las cosas de este mundo, aun a veces en las más pequeñas y aparentemente insignificantes (que en momentos de apertura y contemplación real pueden verdaderamente adquirir para nosotros dimensiones trascendentes). Tales atisbos de la felicidad los seres humanos los hallamos en un sinfín de cosas: en la visión de un paisaje, de un atardecer; en el perfume de una flor; en la lectura de un buen libro; en la escucha y disfrute de una melodía; en la belleza de una escultura, de una catedral, o de la naturaleza; en el compartir con otros; en el anuncio del nacimiento de un niño; en la compañía de un ser querido; en la sonrisa de alguien a quien se ama. 

A veces, en momentos fugaces de claridad e iluminación, cuando somos capaces de ver la grandeza de todas esas cosas (en apariencia «insignificantes» y ordinarias), ellas se convierten verdaderamente para nosotros en La Felicidad. 

Quizá es en esas «pequeñas» cosas (y no en las grandilocuentes como la fama o la fortuna), donde se encuentra el secreto de secretos, el Santo Grial, el gran secreto de la felicidad. Esa felicidad eternamente buscada y que tan esquiva nos es. 

 

 

 

 

Referencia: 1 Diccionario ilustrado ITER-SOPENA de la lengua española, Ed. Ramón Sopena, S.A., Barcelona, España, 1976. Pág. 148.

 

 

camposquirozmiguel@gmail.com 

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