La democracia: el arte del equilibrio

Sociología de la supervivencia 

Silvino Vergara Nava 

 

 

“El objetivo de la política es  

conseguir que la voluntad popular  

sea la última palabra, pero no la única,  

que el juicio de los expertos se tenga  

en cuenta, pero que  

no nos sometamos a él” 

 

Daniel Innerarity 

 

 

Indudablemente que la democracia (demos, pueblo; kratos, poder) es el arte de gobernar bajo el equilibrio, y es que si bien se ha sostenido que la democracia es la mejor forma de gobierno, o bien, que dentro de las formas de gobierno, a decir de W. Churchil, “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”, lo cierto es que la humanidad no ha encontrado algo mejor que permita un sistema de gobierno tan bien equilibrado como el sistema democrático, por ello es que actualmente a los Estados de derecho, a los que se llamaba “Estado de leyes” en los tiempos del siglo XIX, ahora se denominan  “Estados Constitucionales democráticos de derecho”, que es el sistema ideal de un Estado. 

Y es que la democracia se trata de un sistema de gobierno en donde constantemente se juega como el equilibrista de un circo: en un extremo se encentra la tecnocracia y en el otro extremo se encuentra la oclocracia; así, la democracia es el justo medio, entendiéndose como tecnocracia el gobierno de los expertos, es decir, de los que establecen el “deber ser” de la ciencia y la técnica para gobernar, lo cual evidentemente son decisiones que están sumamente alejadas de la población, es más, cuando se gobierna bajo la tecnocracia, no se entienden por el ciudadano de a pie las explicaciones, manifestaciones, expresiones de quienes gobiernan, porque lo hacen desde la técnica y ciencia para gobernar. 

Pero, ¿cuál es la disciplina, el conocimiento que permite ese gobierno técnico? Para responder esta pregunta es necesario considerar que, casi por terminar la segunda guerra mundial, en un balneario de Estados Unidos de América, Breton Woods, se reunieron representantes de 44 países del 1 al 22 de julio de 1944, para analizar el final de la guerra y el futuro de la economía mundial; después se creó, en 1947, en Suiza, una sociedad académica, Mont Pelerin Society, integrada por los académicos más prestigiados de esos tiempos: Ludwig von Mises (1881-1973, austriaco), Milton Friedman (1912-2006), Karl Popper (1902-1994), John Rawls (1921-2002), Salvador de Madariaga (1886-1978), Michael Polanyi (1891-1976) y principalmente Friedrich Von Hayek (1899-1992, austriaco). Tal organización fue el antecedente de la doctrina que se forjó en la década de los cincuenta del siglo XX, en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, encabezada por Milton Friedman (1976, premio Nobel de economía), Gary Becker, George Stigler, Ludwig von Mises, Friedrich Von Hayek (premio Nobel de economía, 1974), es decir, es la economía la que establece la técnica del gobierno de los expertos.  

Desde luego que no puede olvidarse que en 1989 se estableció el denominado Consenso de Washington, propuesto por el economista inglés John Williamson (1937-2021), que son un conjunto de lineamientos de política económica donde coincidían académicos, el Gobierno norteamericano y diversas instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, pero cuyo grave problema  es estar alejados del sentir de la población, de sus necesidades y de sus exigencias. 

Mas, si la democracia es un gobierno equilibrado, entonces, del otro extremo en el que puede caer un sistema de gobierno, está lo que se denomina, de forma apropiada, como “oclocracia”, que es el gobierno que toma las decisiones populares, que se guía por las exclamaciones de la muchedumbre; es más, para el populismo que tanto se menciona, el nombre más adecuado es “oclocracia”; desde luego que se aleja de toda recomendación científica y técnica, de las mejores opiniones de los expertos, se gobierna bajo el otro extremo, sin pensar las consecuencias de esas decisiones. 

De esta forma es que la democracia debe de circular entre la tecnocracia y la oclocracia, es el justo medio, por así decirlo; por ello es que el profesor español Daniel Innerarity ha sostenido que: “El objetivo de la política es conseguir que la voluntad popular sea la última palabra, pero no la única, que el juicio de los expertos se tenga en cuenta, pero que no nos sometamos a él.”  

Exactamente, para que subsista la democracia, se fijan límites al poder político, a fin de que se pueda lograr mantener ese equilibrio circular entre esa tecnocracia y la oclocracia, límites que son, en un Estado Constitucional Democrático de Derecho, el principio de legalidad y la división de poderes, para que los gobernantes tengan sus facultades previstas de forma escrupulosa en la ley, que es el principio de legalidad y, por su parte, no centralicen el poder en una sola persona, que para ello está la división de poderes. El máximo filósofo de nuestros tiempos, aún vivo, Jurgen Habermas, sostiene que esa división de poderes atiende a una división del poder en tiempos. Por un lado, contamos con el poder legislativo, que crea las leyes, por ende, resuelve los problemas del futuro; el poder judicial, que al dictar sentencias resuelve las controversias del pasado; y finalmente, el poder ejecutivo, que al emitir resoluciones administrativas cuenta con la resolución de los problemas del presente. 

Pero eso no es todo. También la democracia cuenta con otra limitación, que es la no disminución de los derechos fundamentales previstos en la Constitución. El máximo exponente del derecho, afortunadamente vivo, Luigi Ferrajoli, sostiene que los gobiernos democráticos están limitados en modificar las constituciones, particularmente los derechos fundamentales no se pueden disminuir, estos se encuentran, a decir del autor italiano, en “la esfera de lo no decible” por las mayorías, lo que estas no pueden modificar, atendiendo al grito que se propagó en Europa después de la segunda guerra mundial, causado por todos los regímenes totalitarios de los años treinta, con los gobiernos de Grecia, Italia, España, Portugal, desde luego Alemania, ese grito que fue: “nunca mas”; esos gobiernos están alejados de la población y que más que eso voltean los cañones a su propia población. Esta es la mayor protección que debe de haber en un Estado Constitucional democrático de derecho: la nula disminución de los derechos fundamentales.  

En fin, verdaderamente, la democracia es todo un prestigiado equilibrista.  

 

 

(Web: parmenasradio.org) 

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