“2001, Una Odisea del Espacio”, su origen

En 1948 Arthur C. Clarke, a la sazón un escritor muy joven (nació en 1917, y murió en 2008), escribió y publicó un cuento titulado El centinela. 

Según la leyenda, lo escribió para enviarlo a una especie de concurso, mismo en el que finalmente no participó. No obstante, el relato se publicó en una revista, en 1951, con el título de El centinela eterno, y luego en otra, en 1953, con su título definitivo. Pero Clarke jamás se imaginó que tal relato breve le daría fama, éxito y dinero. 

El cuento es simple: trata de un monolito con forma de pirámide cuadrangular hecho de una materia absolutamente desconocida por los humanos, que es localizado en el cráter Clavius de la Luna. Desde ahí emite extrañas radiaciones. Cuando lo estudian a fondo, se dan cuenta, por el polvo que lo rodea, de que data de hace millones de años. 

Intentan tomar una muestra, sin éxito; luego, romperlo por todos los medios, incluido un estallido. Pero todo en vano. Es indestructible. De repente detectan que emite señales hacia la región de Saturno.  Los científicos deducen entonces que es algo que fue enviado a la Tierra, con algún propósito, por inteligencias superiores. 

Este es el germen (la bellota que da origen al pino, según declaró el propio Arhur C. Clarke) de la que fue (lo es aún) su famosa novela 2001, una odisea del espacio), misma que dio origen a la película del mismo nombre, dirigida por Stanley Kubrik en 1968, y que se convirtió en un referente obligado por su precisión científica y estética dentro del género de la ciencia ficción. Quizá la única falla de la cinta sea, al haber sido producida un año antes de la llegada del hombre a la Luna, la secuencia en la cual un grupo de astronautas van hacia el monolito, pero no saltan, sino caminan como si estuvieran en la superficie terráquea. 

Fue un acierto que Athur C. Clarke extendiera este cuento, pues nos legó una novela esperanzadora, que parece decirnos que alguien está pendiente de nosotros los humanos allá en el espacio. 

Además, en esta obra nos entregó otra gran novedad, algo que hoy (tema precisamente de este número de Sibarita) se ha vuelto lugar común: la inteligencia artificial. Esto gracias a la presencia de una supercomputadora que, pese a estar programada para determinadas funciones, de repente parece cobrar consciencia y tomar decisiones propias, al grado de que asusta. 

Hay que agradecer a este gran autor inglés, integrante de la gran pléyade de autores del periodo de la ciencia ficción “dura” (junto con Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Philip K. Dick, entre otros), habernos regalado esta excelente novela, que por cierto tuvo una secuela unos años después titulada 2010: odisea dos 

 

 

Miguel Campos Ramos 

camposramos@outlook.es 

@miguelcampos r15 

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