“BAJO LA RUEDA”, de Hermann Hesse

Está en discusión mundial el tema de la formación educativa, en dos vertientes. Una: exigir mucho a los estudiantes, presionándolos para competir, al estilo de los japoneses o sudcoreanos, quienes tienen en mente la meta de trascender y por eso llegan incluso a suicidarse; o dos:  tolerarlos y ser pacientes y comprensivos con ellos, al estilo de los mexicanos, cuya meta es “pasarla bien”.

El escritor alemán Hermann Hesse (n. el 2 de julio de 1877 y m. el 9 de agosto de 1962, y premio Nobel de Literatura en 1946) nos da la clave en su segunda novela, “Bajo la rueda”, publicada en 1906, cuando sólo tenía 29 años de edad.

En efecto, esta breve pero magistral obra trata la difícil relación del niño-adolescente Hans Giebernath y su padre.

Huérfano de madre desde pequeño, Hans queda al cuidado del padre, en un ambiente rural. Pero se trata de un niño prodigio, a quien aprender se le facilita, y por eso su padre, educado en una férrea disciplina aspiracional, lo presiona para que estudie, incluso a costa de alejarlo de los juegos infantiles, casi casi haciéndolo perder su infancia.

Así Hans llega a un instituto de alta competitividad donde también sus profesores lo presionan para que se dedique a estudiar.

Obviamente, el padre aspira a que su hijo abandone ese ambiente rural pobre y mezquino, alejado del desarrollo y de las grandes decisiones, y no le tolera cuestionamientos ni dudas.

Pero Hans niño, adolescente, y pronto joven, choca en algún momento con lo que él es internamente, es decir, lo que su espíritu humano le demanda, y la férrea disciplina del instituto y de su padre, que simplemente lo someten a no distraerse en vanidades humanas.

Hans conoce en el instituto a un compañero de nombre Herman Heilner, quien es todo lo opuesto a él: dejado, relajado, indisciplinado y soñador. Y Hans se hace muy amigo de él, pues siente que se complementan, que cada uno posee lo que al otro le falta.

Al final fracasa el intento del padre, pues Hans choca con su proclividad a ser libre y aquello a lo que su padre y el sistema educativo lo orillan.

De modo que regresa a su pueblo rural, decidido a abandonar los estudios, y se emplea en una actividad burda y pesada, pero no le importa, porque disfruta  del ambiente sano, fresco, de la naturaleza y de la calma.

No puede faltar el encuentro con una chica, que también contribuye a confundirlo más pues es una chica de mente liberal y vivida en asuntos de amor, lo que en cierto modo asusta a Hans, quien había estado sometido a una especie de freno moral.

Al final ella se va del pueblo y él se descubre solo y abandonado.

Dejo a los lectores descubrir el final de esta obra que debiera de ser leída por todos los estudiantes, y sobre todo por los papás, para que comprendan hasta dónde es sana la exigencia y la presión de someter a un hijo a férreas exigencias de estudio. La obra parece decir que los extremos no son buenos, y que, tal como lo señala el título, el individuo está atado a una especie de carro que lo arrastra y cuyas ruedas pueden aplastarlo en cualquier momento.

 

 

Miguel Campos Ramos

camposramos@outlook.es

Twitter: @miguelcamposr15

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