Poesía para no expertos
Luis Antonio Godina Herrera
El solo caminar por las calles de una ciudad conocida o no, es una muestra del poder de la arquitectura. Es lo primero que percibimos al recorrer un parque, un jardín, una catedral, un museo, es el poder de sus paredes que transmiten emociones. Eso al menos me sucede a mí. No soy arquitecto, pero estar frente a la catedral de Puebla, la Capilla del Rosario o la de Tonanzintla, me hace entender este arte; más que entender, sentir este arte.
Curiosamente con la poesía pasa lo mismo. En efecto, así como para admirar una construcción, una ciudad o un paisaje, no se necesita ser arquitecto, para sentir la poesía tampoco es indispensable ser poeta. La imbricación en ambas –arquitectura y poesía– la detalla Martin Heidegger en Arte y poesía, cuando señala:
La Poesía está tomada aquí en un sentido tan amplio, y pensada al mismo tiempo en una unidad interna tan esencial con el habla y la palabra, que debe quedar abierta la cuestión de si el arte en todas sus especies desde la arquitectura hasta la poesía agota la esencia de la Poesía.
En buena medida la poesía es una obra arquitectónica, y viceversa. Por ejemplo, el espacio, la luz son parte importante de la primera. Veamos esta relación en la poesía del inmenso poeta y arquitecto catalán Joan Margarit en su poema Nuestro Tiempo:
Entre las azoteas, cada noche
se encendían las luces
del ático de nuestra juventud.
Entre las voces suaves y lejanas,
alguna vez, se oye un grito de pánico.
Pero una herida
es también un lugar donde vivir.
Una de las obras cumbre de Octavio Paz es, sin duda, su Norturno de San Ildefonso. Un repaso por los orígenes y actualidad de la Ciudad de México, ahí refleja cómo los muros, las paredes nos dicen cosas, son parte de nuestra realidad, son parte nuestro ser:
A esta hora
los muros negros de San Ildefonso
son negros y respiran:
sol hecho tiempo:
tiempo hecho piedra,
piedra hecha cuerpo.
…
La poesía no es la verdad:
es la resurrección de las presencias,
la historia,
transfigurada en la verdad del tiempo no fechado.
La poesía,
como la historia, se hace;
la poesía,
como la verdad, se ve.
La poesía:
encarnación
del sol-sobre-las-piedras en un nombre,
disolución
del nombre en un más allá de las piedras.
La poesía,
puente colgante entre historia y verdad,
no es camino hacia esto o aquello:
es ver
la quietud en el movimiento,
Cabe señalar que Marta Piña Zentella, en sus tesis La ciudad en la obra de Octavio Paz, sostiene lo que el poeta calificó a la arquitectura como un arte “que altera el espacio físico, como una metáfora petrificada…”. Considero que no hay mejor forma de vincular poesía y arquitectura que esta afirmación de Paz. Borges tampoco fue ajeno a esta relación; en su poema Nubes dice:
¿Qué son las nubes? ¿Una arquitectura
del azar? Quizá Dios las necesita
para la ejecución de Su infinita
obra y son hilos de la trama oscura.
Para concluir esta entrega, les comparto otro hermoso poema de Joan Margarit, No tires las cartas de amor:
No tires las cartas de amor
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
Estas líneas las escribió un arquitecto, las escribió un poeta. Ahora, cuando recorramos nuestras calles, no veamos solamente piedras o ladrillos, ventanas o espejos; veamos detrás o delante de ellos un verso, una rima, el inicio de un poema.
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