Cine: “Macario” de Roberto Gavaldón
Compadre de Walt Disney, Roberto Gavaldón es un creador olvidado, a pesar de contar con la primera nominación al Óscar a una cinta mexicana: “Macario” (1960). Con el pretexto de las fiestas de día de muertos, analizamos por qué “Macario” se mantiene no sólo como una gran adaptación, sino como una de las cintas más importantes en la historia del cine.
Su nombre era B. Traven: no Bruno ni Bertrand, sino B. Traven. Enigmático y trotamundos, esa falta de identidad se notaba en sus novelas, curiosa mezcla de fábula, alegoría y tributo a un México raro e inhóspito. El mundo del cine se mostró atraído rápidamente por estas historias, más cercanas al existencialismo y sin volverse mero folklore.
Aun cuando Traven ya había sido adaptado 12 años antes por John Houston en la muy exitosa “El Tesoro de la Sierra Madre”, fue con Roberto Gavaldón y “Macario” que consiguió que su obra traspasara el mundo de la literatura. Esta fábula sobre un hombre y sus tratos con la Muerte fue en su momento lo más cercano que había estado el cine mexicano a un drama existencial, a la Ingmar Bergman (más de una escena recordará a “El Séptimo Sello”). Se trataba de una cinta atípica que rompía con la estética y el melodrama tan populares de la época de oro del cine mexicano, demostrando que se pueden contar historias de la mexicanidad, de un realismo al día a día, utilizando las herramientas de un género de nicho y con una visión obscura sin caer en lo deprimente.
Y es que “Macario” era difícil de etiquetar ¿Fabula moral? ¿Terror? Poco importaba, pero lo cierto es que ésta fue la primera vez que el mundo volteaba a ver el cine mexicano como uno que se podía poner al tú por tú con lo que hacían Fellini o el ya mencionado Bergman; con la magistral actuación de López Tarso, Gavaldón fue el único que supo cosechar el éxito aun cuando hoy sea simplemente un nombre más o menos secreto entre los amantes del cine, siendo su nombre sepultado bajo un Ismael Rodríguez o un Emilio “El Indio” Fernández.
Pero la película “Macario” sigue siendo una que hipnotiza con su historia y ese México sombrío que nos alcanzó, lejos de la fantasía y un ideal para estas fechas.
FELIPE CAZALS: EL OJO SE CIERRA
En un principio el cine era la vida misma; hablar en ese entonces del séptimo arte era hablar de un registro de la realidad que buscaba ser ventana de lo que ocurría en el mundo: un tren llegando a la estación, la gente en las calles o en el parque. La fantasía vino después a tomar historias y aderezarlas con una narrativa que buscaba mostrar esperanza y mundos que partían de nosotros para, al retratarlos, enseñarnos las posibilidades.
Pero hubo quienes se dedicaron a nunca perder la mirada en la realidad.
Surgido en plena efervescencia política de los años 60 y 70 -dentro del llamado “cine de ruptura”-, el mexicano Felipe Cazals fue uno de los que nunca olvidó dónde posar su mirada, utilizando al cine como un arma para retratar la miseria y oscuridad que se ocultaba dentro de la llamada historia oficial. No había descanso, no parpadeaba, no dejaba que nosotros cerráramos los ojos ante esa realidad de la cual en muchas ocasiones queríamos escapar en la sala oscura.
Nacido en 1937 y habiendo realizado sus estudios en la Universidad Militar Latinoamericana, fue becado para estudiar en Francia, y a su regreso, decidió posar su lente en lo que ocurría en su país. Detrás de esos anteojos que nunca se empañaron, y son su habitual gorra, Cazals nos invitaba a ser testigos de la carencia de un sistema político que presumía ser infalible. Así, después de debutar en 1965 con el documental “Leonora Carrington o el sortilegio irónico”, en 1970 debuta en el mundo de la ficción con Familiaridades, cinta que más que película era un retrato sobre la clase media. Si bien en ese entonces parecía pecar de una lentitud insoportable, lo cierto es que, viéndolo en retrospectiva, lo que hacía era mostrar lo aburrida y caótica que era la vida de un ciudadano de clase media.
Pero en 1975 pateó el tablero y nunca miró atrás. Canoa era una cinta incómoda por todas las razones correctas: a través de la historia de un grupo de jóvenes cuyo viaje a la Malinche se ve envuelto en la furia irracional del fanatismo religioso y cultural que los llevará a un desenlace trágico. Con un estilo parco, cercano al documental, la cinta ganó el Oso de Plata en el festival de Berlín y marcó un estilo que se convertiría en la marca de la casa: ya fuera a través de una epidemia (El año de la peste, de 1979, tan actual en estos días) o crímenes salvajes (Las Poquianchis, de 1976, quizá la mejor adaptación literaria que se haya hecho en México), lo que Cazals retrataba era el horror de México: ese terror mundano, ese que habita en nuestra cotidianeidad y por el que pagamos un precio tan arraigado en nosotros que a veces queremos olvidar.
El pasado 16 de octubre ese ojo se cerró a los 84 años, después de dos décadas de volverse legendario por sus cintas, para luego serlo por su necedad infinita: las muchas veces que anunció su retiro para inevitablemente regresar a lo que él llamaba “la mística de la filmación”.
Se cerró el ojo, pero la mirada sigue.
Agustín Ortiz joseagustinortiz86@gmail.com
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