Evocar la muerte a través de la escultura

SABER PROFUNDO 

Jorge A. Rodríguez y Morgado 

 

 

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” 

Antonio Machado  

 

 

Desde la más remota antigüedad, el ser humano ha tenido conciencia de la muerte; los enterramientos descubiertos en las excavaciones en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, en 1908, en Francia, así como en los de la Sima de los Huesos, en Atapuerca, España, en 1975, en donde se encontraron huesos de individuos anteriores a los neandertales, dan cuenta de ello.  

Las inhumaciones en Rising Start, descubiertas en 2013, pusieron al descubierto al “Homo naledi” (homo –hombre; naledi -estrella, en idioma sesotho, África) y son los enterramientos más antiguos, al menos 100,000 años antes de las inhumaciones del Homo sapiens, lo que permite estimar que la especie vivió hace entre 226,000 y 335,000 años. 

En esos antiquísimos enterramientos se aprecia que pusieron al descubierto el respeto a la muerte y se iniciaba la creencia en la palingenesia (del griego paling, que significa “de nuevo”, y génesis, que significa “nacer”), ya que fueron enterrados en la posición fetal esperando que, así como nacieron, retornaran nuevamente, puesto que cada ser vivo cumple un ciclo de existencia, es decir, una eterna recurrencia. 

Al paso de los siglos el ser humano ha tratado de plasmar de diversas maneras a la muerte, una de ellas es a través de la escultura, parte integrante de las siete disciplinas artísticas; aquí, el escultor se expresa creando volúmenes y conformando espacios. 

El desarrollo de la escultura para rememorar la muerte tuvo un gran auge en el mundo con el paso del tiempo. En Roma una de las estatuas más famosas del mundo es la Piedad, que se encuentra en la Basílica de San Pedro, creada por Miguel Ángel cuando tenía 23 años y que evoca la muerte de Jesús cuando está en el regazo de la Virgen María. 

La muerte en otras culturas ha tenido diferentes significados: los antiguos egipcios creían en la vida después de la muerte. En la antigua Grecia se consideraba que el alma viajaba hasta un lugar en el que se separaba a los espíritus justos de los injustos. En la antigua Roma la muerte era un acto social.  

En México se ha hecho una tradición el recordar a la muerte los días 1 y 2 de noviembre y está vinculada a las celebraciones católicas de Día de Todos los Santos y Día de los Fieles Difuntos. En el 2008 la Unesco declaró formalmente la festividad de Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de México. 

El Día de Muertos es una celebración originaria de la época prehispánica. En ese periodo, muchas etnias mesoamericanas rendían culto a la muerte. Entre ellas estaba la mexica, cuyos dioses encargados de definir el destino de las ánimas eran Mictecacíhuatl (la “Señora de la Muerte”) y Mictlantecuhtli, “Dios Mexica de la Muerte” y “Gobernante del Inframundo”. Ambos eran los señores del Mictlán o “Lugar de los muertos”.  

Se creía que para que los difuntos iniciaran el trayecto al Mictlán, los vivos se encargaban de acompañarlos por medio de un ritual. Después se amortajaba al fallecido junto con todos sus objetos personales y el cuerpo era simbólicamente alimentado con los manjares más exquisitos. 

Después de cuatro días, el cuerpo era llevado a enterrar o cremar y a partir de ese momento, el alma emprendía el difícil trayecto. Luego, cada año, durante cuatro años, se realizaban ostentosas ceremonias en el lugar donde se encontraban las cenizas o el cuerpo del difunto. Así, este complejo ritual no sólo ayudaba a que las almas descansaran sino también a facilitar el proceso de duelo de los familiares. 

La referencia artística más antigua de la muerte en nuestro país es la llamada “escultura con rostro de la muerte” o “disco de la Muerte”, tallada en andesita y decorada con pigmento rojo; pertenece al periodo Clásico (1-650 d. C.). La pieza es un disco de piedra en el cual se representa un rostro humano descarnado, rodeado por un halo.  

La escultura también juega un papel importante después de la inhumación del cadáver, ya que al elaborar los monumentos se realizan verdaderas obras de arte. 

Generalmente se esculpen Ángeles, que representan el alma del difunto en su camino hacia un mundo mejor; Querubines, que representan la inocencia y se suelen colocar en tumbas de niños; y los Arcángeles, que se suelen ver representados en las grandes criptas familiares. Otros elementos que generalmente se esculpen en los monumentos funerarios son: imágenes de Jesús, cruces, aves, columnas de los más variados estilos, etc.  

Al final, aunque esas esculturas sean una forma de homenajear al fallecido, el que encuentra verdadero consuelo en acudir a la sepultura es el que todavía vive.  

Por eso, amable lector, “en vida hermano, en vida.” 

 

 

Twitter @jarymorgado 

jarymorgado@yahoo.com.mx 

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