Poesía para no expertos

Luis Antonio Godina Herrera 

 

 

En la casa de mis padres había un disco (hoy acetato) LP de 33 revoluciones por minuto, cuya portada rezaba: Art Blakey y Los mensajeros del jazz con Thelonious Monk. Fue mi primer encuentro con el jazz. Pueden ubicar este disco en cualquier plataforma digital moderna, es muy recomendable. 

El jazz proviene de las expresiones musicales de los esclavos en Nuevo Orleáns para de ahí pasar a convertirse en el ritmo que determinó (lo sigue haciendo) le evolución de la música en el último siglo. Nada más cercano a un poema, por ejemplo, que escuchar la trompeta de Louis Amstrong o Miles Davis. La improvisación es el eje de jazz, y la poesía en buena medida también es improvisación. Así como una pieza de jazz no es igual cada vez que se interpreta, pues los solos de piano, batería, trompeta, clarinete o contrabajo son únicos, la lectura de un poema es siempre diferente y su disfrute es siempre individual.  

Se puede afirmar que el jazz y la poesía, pese a sus diferencias, han mantenido una estrecha relación de mutua inspiración desde principios del siglo XX. El poeta Chileno Gonzalo Rojas (1917-2011) escribió un poema Latín y jazz, sobre lo que significa escuchar a Louis Amstrong: 

 

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo 

en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles 

en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas, 

en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido 

de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas 

que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia 

que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar 

en que amarro la ventolera de estas sílabas. 

 

Otra muestra de esa vinculación es la llamada jazz poetry, un movimiento poético en el cual los autores adaptaban los ritmos sincopados, la improvisación y hasta el argot del jazz y el blues en sus versos, una muestra es el poema “The Weary Blues” (La Tristeza Cansada) (1925), de Langston Hughes, quien reproduce el ambiente de un bar de jazz con un fraseo poético que imita el compás de un blues tocado al piano; reproduzco un fragmento (con la ayuda del traductor de Google): 

 

 

Soñando una melodía sincopada y somnolienta, 

Balanceando de un lado a otro a un croon suave, 

Escuché un juego negro. 

Abajo en Lenox Avenue la otra noche 

Por el pálido y aburrido de una vieja luz de gas 

 

Con la melodía de esos Weary Blues. 

Con sus manos de ébano en cada llave de marfil 

Hizo que ese pobre piano gimiera con melodía. 

¡Oh Blues! 

Viniendo del alma de un hombre negro. 

¡Oh Blues! 

En una voz de canción profunda con un tono melancólico 

Escuché a ese negro cantar, ese viejo gemido de piano… 

“No hay nadie en todo este mundo, 

No tengo a nadie más que a mí mismo. 

 

Mientras los Weary Blues resonaban en su cabeza. 

Durmió como una roca o un hombre muerto. 

 

La fascinación por el jazz no se limitó al mundo anglosajón. También en la literatura en lengua española encontramos un diálogo fértil con el jazz. Un ejemplo notable es el escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984), gran amante del jazz y figura del llamado boom latinoamericano. Cortázar llevó el jazz a la literatura de diversas formas. De joven escribió un poema titulado “Jazz” (1938) en el que ya intentaba plasmar en sonetos la atmósfera y swing de esta música; a continuación, dejo la voz y el ritmo de Cortázar: 

 

Es, incierta y sutil, tras de la tela  

donde un hilo de voz teje motivo
y no es, si en el oído sensitivo
encuentra sombra impar, no encuentra vela.
 

Qué está fuera del molde y de la escuela
en un regocijarse de nativo
-libertar de eslabones y cautivo
sonido- que una selva hurtada anhela.
 

Bébeme, noche negra de los cantos
con tu boca de cobre y aluminio
y hazme trizas en todos tus refranes:
 

Yo quiero ser, contigo, uno de tantos
entregado a una música de minio
y a la liturgia ronca de tus manes. 

 

Escuchar jazz es un reto. Estar atentos al momento de la improvisación y del arte que surge en un instante y ahí mismo se desvanece. El jazz, como la vida, se va pronto, se diluye y solamente nos queda la noche, la nostalgia y el lejano eco del sonido de una trompeta que jamás volverá a repetirse.  

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