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El circo (o cómo nuestro sargento pimienta baila danzón)

CINE 

Agustín Ortiz 

 

 

“Hay dentro de mí una comprensión muy peculiar de la naturaleza: Todo es ritmo” 

Silvestre Revueltas 

 

¿A que sonaban los 90 en México?  

Difícil responder y fácil de escuchar: viniendo de la resaca de unos excesivos años 80 que se dividían entre el llamado Rock en tu idioma y los alternativo de un under encabezado por agrupaciones como Size y unos en ese entonces muy dark Caifanes, eclecticismo se convirtió en una palabra para definir el sonido de esta nación. 

Así, el avant garde para masas de Café Tacuba así como lo oscuro de La Barranca y Santa Sabina, convivían con lo confesional de Julieta Venegas, mientras agrupaciones como los divertidamente experimentales Plastilina Mosh, los guapachosos El Gran Silencio, el hip hop de Control Macehete, los multiformes Zurdok y los muy influidos por lo británico Jumbo (y por los fantásticos La Gusana Ciega) integraban la avanzada regia, quizá último movimiento musical relevante que ha tenido México. También la electrónica se filtraba a un público mayor gracias a agrupaciones como Artefakto  y Titán, mientras seguía sonando el rock blues de Lira n’roll y Real de Catorce. 

Cecilia Toussaint seguía cantando como nadie, Los Amantes de Lola se ocultaban y Caifanes y Fobia, quizá las bandas más importantes surgidas en la década de los 80, decían adiós, mientras que bandas under como Naranja Mecánica y Sonios luchaban por espacios donde poder ser oídos. 

Y en medio de todo eso ¿a qué sonaba México? 

Fácil de responder y mejor de escuchar: A El Circo de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. 

Lanzado en 1991 por BMG México, esta producción surgió de la resaca pop y rock de los años 80, donde las agrupaciones buscaban más parecerse a The Cure y Depeche Mode que crear algo basándose en nuestras raíces y mexicanidad. Después de curtirse en un debut en el que, si bien su mestizaje sónico sonó, no dejaba de parecer algo netamente para lo subterráneo; nadie sabe cómo, pero en su segundo álbum La Maldita se volvió magistral: de monólogos de Monsivais y Manzanero a tributos a JuanGa, pasando por Eusebio Rubalcava, del Danzón sensual de Kumbala al frenetismo de Pachuco y el sax  y batería conviviendo con algunas de las letras más ingeniosas que se han hecho (recordando que rock y literatura no son ajenos). La estructura de este disco se asemejaba en su forma al legendario Sargento Pimienta de los Beatles: un álbum donde todo cabía y donde todo se podía, un álbum que más que ser un conjunto de canciones era un trabajo completo, un mural sonoro que narraba y reflejaba a la sociedad y esas historias que en muchas ocasiones se perdían en el barullo del en ese entonces DF. 

Y quizá el mejor álbum hecho en México, entendiéndolo como el rock entendió al Blues. 

Si bien continuó y en muchas ocasiones con temazos legendarios como Don Palabras, o ese magistral cover que hicieron a José José en A lo pasado, pasado, La Maldita nunca volvió a ascender a los Olimpos de El Circo. Y ni falta que hace, porque su lugar ha quedado en letras de oro en la historia no sólo dentro de nuestra música, sino de nuestra identidad. 

Porque uno disfruta, escucha y comparte El Circo para al terminarlo entenderse mejor en su ciudad. 

Esa que sigue sonando. Y sonará. 

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