Las Ninipalomas

Adelanto de libro 

 

En este número ofrecemos a los lectores de “Sibarita La Revista”, el primer capítulo de la nueva novela de Miguel Campos Ramos (camposramos@outlook.es), titulada LAS NINIPALOMAS, Una fábula para lectores de 9 a 90 años. 

 

  1. Nuestra bandada planeaba plácida

El aire era suave y cálido, como una caricia en nuestros plumajes iridiscentes.  

Sin embargo, yo no lo disfrutaba.  

Y es que aparte del temor que me envolvía por ser mi primera salida como integrante de la bandada, se trataba de un vuelo de exploración, no de un paseo, y debíamos ir mirando muy atentos hacia abajo en busca de fuentes de abastecimiento. 

Por fortuna, desde la altura y gracias a nuestra vista periférica, abarcábamos amplios ángulos del terreno. 

En los últimos tiempos la situación estaba tornándose cada vez más difícil debido a la escasez de comida, pues las colonias de palomas no cesaban de multiplicarse, decía mi madre que debido a que miles de éstas emigraban a la urbe desde el campo, donde cada vez se cultivaban menos granos. 

Como siempre, la bandada volaba procurando mantenerse unida, pese a la desordenada formación habitual. Al frente iba, también como siempre, el siempre osado Palomino Plumbino. 

Palomino Plumbino era nuestro líder. 

Se llamaba Palomo, como todos los machos de las bandadas, igual que las hembras son simplemente “Paloma”. Pero a fin de distinguirse, había optado por conservar el Palomino, que es como nos llamamos al llegar a la juventud, tan presto dejamos de ser pichones, palabra ésta que es el equivalente de niños entre los humanos. Tal vez Palomino se quedó con ese nombre porque lo hacía sentirse aún joven. Solíamos añadirnos un segundo apelativo para diferenciarnos, generalmente ligado a nuestras cualidades —y a veces hasta dos, dependiendo de nuestra jerarquía, como en el caso de Colombina, que era Paloma Colombina Cara, aunque ella por modestia casi sólo usaba el Colombina—. Sin embargo, esto a menudo era contraproducente. En el caso de Palomino resultaba algo irrisorio y hasta grotesco. Y es que su segundo nombre era Plumbino, él decía que, por el color plomizo de su plumaje, aunque Colombina decía que era por una deformación de la palabra “palumbino”, que en latín significa, según oyó cierta vez a unos investigadores humanos que andaban merodeando por nuestro palomar, precisamente “palomo o paloma”. De manera que su nombre era algo así como si dijéramos Carlo Carlín, Riqui Riquín o Miguel Miguelín. Cualquiera que fuera la razón, a Palomino Plumbino le agradaba porque se le hacía rimbombante y lo hacía sentirse único. 

Así era. 

Y era el líder, si bien no por ser cómo decirlo muy inteligente, o, mejor dicho, muy sagaz, sino porque era, en efecto, osado, o, más bien, algo atrabancado: siempre echado para delante. Además, también hay que decir que era algo imprudente e impulsivo, y sobre todo —debo reconocerlo—  abusivo y vividor. Esto dicho en el buen sentido de ambas palabras, pues de ninguna manera era un palomo malo. En cierto modo era lo que los humanos conocen como un truhan, y aun Colombina Cara, por quererlo tanto, decía que era un truhan encantador. Y debía de serlo, pues a casi todos los integrantes de la bandada les caía bien. Todo esto puedo contarlo ahora que ya quedó lejos lo que nos pasó por su culpa, si no, la que se me hubiera armado entonces. Y aunque por mi parentesco con él debería de abstenerme, lo digo para aprendizaje de todos ustedes y de otras bandadas 

El caso es que no le gustaba esforzarse, y menos trabajar. Si el viento soplaba a nuestro favor (como ese atardecer), bien, a volar se ha dicho, para ir a explorar. Pero si soplaba en contra, al darse cuenta de que debería esforzarse para aletear y avanzar, negaba moviendo la cabeza con desagrado y se abstenía de emprender el vuelo. Eso sí, comisionaba a varios integrantes de la bandada para que conformaran una cuadrilla que realizara la expedición. Y lo obedecían sin rechistar, pues en cierto modo salían a competir para ver quién era más capaz de hallar nuevas fuentes de alimento.  

Colombina Cara, ya lo habrán sospechado, era su pareja. Pero ella era todo lo opuesto.  No era sagaz: era inteligente. No era osada ni atrabancada: era valiente.  No era abusiva: era considerada. Y no era vividora: era muy trabajadora. Hasta en el color de sus plumajes se diferenciaban: el de Palomino era negro jaspeado de sólidas y rectas líneas blancas que parecían denotar temperamento y fuerza, y el de Colombina era de un tono marrón con suaves y delicadas líneas curvas blancas que parecían denotar carácter e inteligencia.  Y, por cierto, era Cara porque Cara significa “querida” o también “valiosa”, es decir, algo que vale mucho y a lo que por tanto hay que cuidar mucho. Tal apelativo le quedaba a la perfección, dados su belleza y su carácter. Sus padres lo eligieron con tino, sacándolo del lenguaje humano, por cierto, de un viejo programa de televisión que alguna vez vieron a través de una ventana abierta, en el cual oyeron que el protagonista le decía a su compañera “Cara mía”, y ellos captaron que por el tono en que lo dijo, “cara” equivalía a “querida o amada”.     

El punto es que, siendo tan opuestos, ¿cómo era que llevaban mucho tiempo juntos?, se preguntarán. Bueno, una explicación lógica es que los polos opuestos se atraen. Por eso, aunque tenían constantes fricciones, finalizaban haciéndose arrumacos. “Palominito”, “Colombinita”, acababan diciéndose, entre arrullos y roces de sus picos que ruborizaban a más de uno y causaban refunfuños burlones, si bien no con mala intención, tales como: “Ey, no desperdicien maíz delante de los hambrientos”, o bien: “A exhibirse en el circo”, o: “Si quieren los dejamos solos”. 

Otra razón fue que eran muy bellos. Sí. Sus estampas eran únicas. Él, para decirlo en lenguaje de los humanos, era todo un apuesto caballero, muy gentil con ella; y ella, una dama con categoría, prestancia y mucha cultura, aunque, si se quiere, a veces algo orgullosa, aunque, eso sí, muy autónoma, pues no le gustaba depender de nadie, lo cual a Palomino Plumbino, lejos de afectarle, le venía como anillo al dedo al no tener que ocuparse de ella, y menos aún, preocuparse. En la bandada se decía que eran el uno para la otra, y viceversa. 

Colombina, en efecto, se la pasaba estudiando. Se preguntarán cómo hacia esto. ¿Acaso había ido a la escuela? ¿Las palomas íbamos a la escuela? No, no teníamos. Simplemente, era una gran observadora. Si hubiera sido humana, se habría dicho que era una gran lectora, pues trataba de descifrarlo todo. Con su piquito y sus esbeltas patitas, y mucha habilidad y paciencia, recolectaba hojas de árboles, las aplanaba y formaba unas especies de láminas en las cuales, con pigmentos que sacaba de algunas plantas, pintaba muchos dibujos a modo de mapas en los que registraba, mediante anotaciones diversas, rutas cercanas a la zona donde habitábamos, con marcas que lo mismo indicaban dónde podríamos hallar alimento, que avisaban de peligros. Y todo eso lo juntaba, a la manera en que los humanos hacen sus libros, uniéndolo por un lado con hilitos que recogía del suelo, y lo guardaba como un tesoro para consulta y estudio. Repito: para lectura, si hubiéramos sido humanos. 

Lamentablemente casi a nadie le interesaba ver esos dibujos, menos consultarlos, empezando por el propio “holgazán” de Palomino Plumbino, quien afirmaba que sólo eran garabatos y que no necesitaban guías, sino espíritu de aventura e intuición.  

En lo personal, yo compartía y apoyaba las ideas de Colombina Cara. Claro, nadie me hacía caso. Tal vez porque en esa época era yo apenas un palomino que estaba en pleno crecimiento y aprendizaje. Pero, bueno, lamentablemente así son las cosas entre adultos y jóvenes, y al parecer así han sido y seguirán siendo siempre.  

Mejor, si les parece, volvamos a la tarde aquella en que el aire era suave y cálido, y nuestra bandada planeaba plácida.  

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