Poesía para no expertos
Luis Antonio Godina Herrera
Lo más frecuente cuando llegamos a una ciudad es visitar el centro histórico, disfrutar las construcciones, los edificios que han capturado el tiempo y lo exponen con orgullo. Para los habitantes de esas ciudades, su centro histórico es el sitio en donde confluyen todo tipo de actividades y de sentimientos.
Suelen ser el emblema incluso de naciones enteras; en esos sitios se desarrollan: la vida de la comunidad, la vida política, las inquietudes sociales. No podemos olvidar las marchas de 1968 hacia el zócalo de la Ciudad de México. La marcha del silencio rompió al gobierno de Díaz Ordaz. Pero también ahí se desarrollan conciertos y se da el Grito de la Independencia cada 15 de septiembre. Conviven en los centros históricos de casi todas las ciudades de nuestro país, los poderes civiles y el religioso. El palacio de gobierno y la catedral llaman a la sociedad desde diferentes perspectivas.
Las ciudades son amadas, pero también pueden ser odiadas. El poeta Efraín Huerta –el cocodrilo– escribió en 1944 su poema Declaración de Odio, el cual describe una ciudad cruel, pero en el fondo reconocida por su vitalidad; comparto algo de este inmenso poema:
Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros,
la miseria y los homosexuales,
las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas,
los rezos y las oraciones de los cristianos.
Sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son alimento diario
de los jovencitos alcahuetes de talles ondulantes,
de las mujeres asnas, de los hombres vacíos.
…
Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
…
Son las voces, los brazos y los pies decisivos,
y los rostros perfectos, y los ojos de fuego,
y la táctica en vilo de quienes hoy te odian
para amarte mañana cuando el alba sea alba
y no chorro de insultos, y no río de fatigas,
y no una puerta falsa para huir de rodillas.
Los poetas descubren y describen sus alrededores, son su materia de trabajo. Asimismo, su inspiración son las calles o lo prados o lo prados y las calles. De la poesía bucólica a la poesía urbana de finales del siglo XX podemos encontrar muestras notables escritas por poetas señeros. Uno de ellos, Octavio Paz, describe el centro de la Ciudad de México en el Nocturno de San Ildefonso; aquí un fragmento que vincula piedras, cuadras y poesía:
El muchacho que camina por este poema,
entre San Ildefonso y el Zócalo,
es el hombre que lo escribe:
esta página
también es una caminata nocturna.
Aquí encarnan
los espectros amigos
las ideas se disipan.
El bien, quisimos el bien:
enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia.
La poesía no es la verdad:
es la resurrección de las presencias,
la historia,
transfigurada en la verdad del tiempo no fechado.
La poesía,
como la historia, se hace;
la poesía,
como la verdad, se ve.
La poesía:
encarnación
del sol-sobre-las-piedras en un nombre,
disolución
del nombre en un más allá de las piedras.
La poesía,
puente colgante entre historia y verdad,
no es camino hacia esto o aquello:
es ver
la quietud en el movimiento,
el tránsito
en la quietud.
Eduardo Lizalde, en Memoria de Tigre, escribió un poema denominado Petrificada petrificante, en donde describe el Valle y la ciudad de México; estos versos lo sintetizan:
Valle de México
boca opaca
lava de baba
desmoronado trono de la Ira
obstinada obsidiana
petrificada
petrificante
Al caminar por nuestros portales, el aroma de historia, el recuerdo, la añoranza se combinan con las ansias de futuro. El deseo de tomar el zócalo con nuestros tacones. De amar nuestras calles, nuestras fuentes, nuestros palacios, nuestras catedrales, como parte de nuestra familia. Son nuestra familia.

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