Poesía para no expertos
La poesía no es ajena, no puede serlo, a la salud y a la cultura, o más bien a la salud como cultura. Al ser materia de la poesía el hombre, la mujer, el ser humano como parte esencial del mundo, los poetas, las poetas, tienen como fuente natural de inspiración al cuerpo humano, a la salud del cuerpo y con mucha frecuencia a una enfermedad que lo aqueja: el amor.
Jaime Sabines, el poeta chiapaneco, nos entrega líneas maravillosas sobre el tema que en noviembre aborda Sibarita La Revista. Y es que las lunas y el cielo poblano nos obligan a repasar por completo el poema La Luna, el cual es una receta que cualquier facultativo podría emitir para curar enfermedades del más diverso tipo y gozar así de buena salud:
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dales la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.
El mismo Sabines, dando un giro a su poesía, en Algo sobre la Muerte del Mayor Sabines, un poema a la muerte y a la vida, afirma:
Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias.
Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
en la raíz del cuello, sobre la subclavia,
tubérculo del bueno de Dios,
ampolleta de la buena muerte,
y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.
El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.
Después de estos versos nos invita a que en la muerte o al enfrentar la misma enfermedad, pensemos en la vida:
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.
Otro poeta, Elías Nandino, escribió Poema desde la Muerte, en el que imbrica la dualidad vida–muerte de una manera extraordinaria; la muerte como necesidad y no solamente como producto de la pérdida de la salud, la muerte como parte de la vida o la vida como parte de la muerte; dice:
A veces despertamos con una muerte a cuestas,
material, indolora, acariciante,
tan viva en su morir
que nos hace sentir que ya no somos;
Finalmente, el jerezano Ramón López Velarde explora el ritmo del corazón. Ese órgano que para la anatomía bombea la sangre y para la poesía bombea los sentimientos todos. Ese órgano cuyo funcionamiento es parte de estadísticas en los libros de salud, habla y vive en la pluma del poeta, quien así describe su sonido en El Son del Corazón:
¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.
Para López Velarde el corazón también es leal y es fuente y destino:
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Placer, amor, dolor…, todo le es ultraje
y estimula su cruel carrera logarítmica,
sus ávidas mareas y su eterno oleaje.
Es un placer enorme compartir estos fragmentos de poesía que giran en torno a la salud, que como sabemos es vida y es muerte, pero también es cultura. Este mes quedémonos con la receta de Sabines y tengamos a la luna como la medicina precisa y controlada. Nuestra salud mejorará mucho.
Luis Antonio Godina Herrera
Twitter: @lgodina
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