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Museo del telégrafo y la historia de la (des)información

Fotografía: Fundación UNAM, Julio de 2019 en su portal web 

 

 

Eduardo Pineda 

 

El ser humano cuenta con una gama muy amplia de características que lo determinan como una especie dentro del reino animal, una especie muy particular, que ha poblado prácticamente todo el orbe y que ha dedicado toda su existencia a entender aquello que le rodea para manipularlo, modificarlo y hacer cada vez más cómodo su paso por este planeta.  

Parece ser que somos la especie que desea a toda costa vivir con el menor esfuerzo: para no cazar desarrollamos la ganadería, para no recolectar los frutos de la tierra inventamos la agricultura, para desplazarnos usamos a los cuadrúpedos grandes y después hicimos carruajes y más adelante les pusimos motores, llegar más lejos y llegar más rápido era menester en una sociedad que fuimos construyendo cada vez más acelerada. Para conservar los alimentos, los salamos, los especiamos y los refrigeramos; para cocerlos aprendimos a controlar el fuego, hicimos instrumentos de cocina hasta llegar al horno de microondas y a la freidora de aire. Para comerciar inventamos la moneda de cambio, los sistemas bancarios, las redes de comercio, acortamos las rutas marítimas con nuevas exploraciones que devinieron en la conquista de nuevas tierras, en la expansión de la cultura y religión de los pueblos armados, poderosos y militares. Ya no queríamos lavar la ropa en el río e inventamos las lavadoras, ya no queríamos moler a mano y surgió la licuadora y así pasó con las máquinas de coser, de escribir, de dibujar, de calcular matemáticamente; también decidimos expandir nuestros sentidos, el microscopio para ver los objetos pequeños, el telescopio para los lejanos, el audífono para percibir sonidos más nítidos, la cámara fotográfica para no tener que copiar a mano los paisajes y los rostros que queríamos eternizar. Nos cansamos de archivar documentos y procesar datos y surgieron las computadoras con sus magnetos que guardaban la información, y hoy los microchips que almacenan bibliotecas completas. El cine, la arquitectura, la medicina, la horticultura, la implacable y gigantesca industria alimentaria, y un larguísimo etcétera, todas, absolutamente todas las esferas humanas fueron arrebatas por la tecnología, no existe ningún o casi ningún (salvo por los necios que preservan las técnicas artesanales) aspecto de la vida que no esté tocado por los desarrollos tecnológicos, y siempre, en todos los casos, por dos razones: hacer la vida más cómoda haciendo el mínimo esfuerzo, y dominar la implacable naturaleza que nos circunscribe en este planeta que habitamos y del que difícilmente escaparemos. 

Nuestra naturaleza humana nos obliga a comunicarnos, somos una especie sociable con una inmensa necesidad de transmitir y recibir información, y en esta esfera, la tecnología también nos gobierna, desde los corredores que llevaban mensajes entre las tribus, hasta las aplicaciones digitales como el WhatsApp o las muy mal llamadas redes sociales, hemos visto pasar la radio, el telégrafo, el teléfono, la prensa escrita, la televisión y el internet. Todo con el afán de generar información y hacerla pasar de persona en persona, siempre, lo más rápido posible. 

Pero, detengamos este recorrido express en el recuento de lo que la tecnología nos ha dado y preguntémonos mejor: qué nos ha quitado. La información en forma de torrente, de alud y cascada está desprovista de análisis, plagada de desinteligencias y atentados letales a la certeza y la verdad. El oficio del periodismo ha demeritado su influencia social porque les creemos todo a las redes sociales, compramos cualquier foto, video u opinión como cierta, en el afán por hacer el mínimo esfuerzo nos olvidamos de reflexionar, contrastar y analizar. 

En la Ciudad de México, el Museo de Telégrafo nos da un recorrido vivencial por la historia de la comunicación y la información, para que nos detengamos por un momento a pensar en qué momento perdimos el control de lo que nos llega como información y pongamos un alto a la prisa del mundo acelerado y en cámara lenta volvamos a la vida tranquila donde la introspección sea más importante que la velocidad y comodidad y la crítica analítica vuelva a ser la mediadora de nuestro sistema de conocimientos y creencias. 

En Tacuba número 8 del centro de la CDMX nos espera un encuentro con la historia de aquel rasgo que nos distingue del resto de los animales: la comunicación. Para que retomemos el camino, y evitemos la desinformación. 

 

 

 

eptribuna@gmail.com 

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