¿Sirve la Literatura?
Miguel Campos Ramos
En 1973 se estrenó la película de terror “El exorcista”. Las filas para entrar a los cines eran largas por la expectación. Corría el rumor de que una mujer había sufrido un infarto por la emoción que le produjeron las aterradoras escenas. Había morbo, deseos de verla.
Derivado de esto, muchos cartonistas publicaron trabajos para analizar dicho fenómeno. Recuerdo un cartón de varias viñetas que hacían un resumen de la película, en forma de secuencias.
Primero las largas filas, luego escenas truculentas del filme, empezando por los créditos, desde luego donde la protagonista gira la cabeza 360 grados, sin faltar donde el padre Karras se arroja por la ventana y rueda por la esclara, hasta finalizar con las palabras “The end”, y tras éstas, un documental titulado “Biafra”, una región de Nigeria agobiada por el hambre. Las viñetas referentes a Biafra eran dos niños famélicos, esqueléticos, arrastrándose por el desierto, para ver quién llegaba primero hasta una hierba que crecía y que buscaban arrancar para comérsela. En la lucha, el niño llegaba primero, pero al ver la expresión desesperanzada de su compañera, le daba la hierba.
Finalmente, la última viñeta presentaba a una pareja de esposos, muy bien vestidos y con expresiones de susto. Ambos dialogaban. El esposo preguntó: “¿Te imaginas? Qué espeluznante esa escena de la pequeña.” Ni tarda ni perezosa, la señora repuso: “Sí, imagínate: una niña poseída por el demonio.”
Como el lector verá, a cada uno de los esposos le impactó de manera diferente la vista de aquel filme. Sólo que a la señora la impresionó más la niña poseída por el diablo, y al señor, la niña famélica.
¿Por qué el impacto no fue igual para ambos?
Hay una frase de curso corriente que señala que quien ve una película ya no es la misma persona que era antes de verla.
Que conste que esa película estaba basada en una novela del mismo nombre escrita por William Peter Blatty.
Y es que de algún modo esa novela, ya fuera leída como libro, o adaptada al cine, influyó en las personas.
***
Hay un eterno debate entre críticos literarios, e incluso entre escritores, respecto a si la literatura realmente sirve para algo. Es decir, si influye en los lectores al grado de cambiarlos.
Hay quienes señalan que no sirve para nada. Generalmente así opinan escritores con actitudes un tanto existencialistas, o con ideas radicales, quienes parecen convencidos de que los libros no aportan nada a la sociedad.
Sintetizan su postura intransigente en hechos aparentemente evidentes como preguntarse si el Quijote contribuyó a que la sociedad cambiara. Dicho más crudamente, siendo la obra más leída después de La biblia, ¿contribuyó en algo a un cambio social?, ¿la humanidad sería mejor o peor sin esa obra de Cervantes? Porque, señalan, con y sin ella, la humanidad no parece entender y sigue comportándose como lo hacía antes del Quijote: guerras, hambrunas, violencia, esclavitud, racismo, etc. Y en el caso de los gobernantes, pese a la famosa carta que le escribió Don Quijote a Sancho Panza cuando éste fue nombrado gobernador de la ínsula Barataria, carta que es un tratado de moral y de verdadera buena política, ¿ha servido de algo para que aquéllos sean mejores?
La respuesta, para todos esos escritores escépticos, existencialistas y nihilistas es un rotundo “la literatura sí sirve e influye”. Tan es así que ellos, a pesar de ser negacionistas, también han influido con sus obras.
Incluso Jorge Luis Borges, sin duda uno de los más excelentes escritores, llegó a señalar con dureza que en Sudamérica sólo valía la pena la obra de Cortázar, y que los cuentos del uruguayo Horacio Quiroga no aportaban nada, pues eran relatos para recordar, no para disfrutar sus palabras; incluso renegó de Neruda y de Gabrilela Mistral, no obstante haber sido premios Nobel.
Afortunadamente, hay otros escritores, y desde luego críticos, que ven en la literatura una especie de faro, de oasis, o de escudo ante la maldad del ser humano.
Y los propios hechos hablan por sí mismos. En Estados Unidos, por ejemplo, la crudeza de la gran novela antirracista de Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, influyó a varios legisladores para que propusieran y aprobaran leyes contra la esclavitud.
El propio Mario Vargas Llosa, pese a ser un escritor que no busca moralizar en sus libros, sino trabajar ante todo el idioma, ha señalado que las novelas, la literatura en general, sirve como un escudo para que las personas digan “No” a influencias nocivas. Su postura me recuerda un ejemplo clarísimo de Julio Verne en su novela La vuelta al mundo en ochenta días. Dicho ejemplo es una escena que, bien analizada y bien leída, podría influir mucho en quienes caen tan fácil en las drogas. La escena se da en una taberna de Hong Kong, del Hong Kong miserable de hace unos 170 años, donde se fuma opio y se ingieren bebidas derivadas del mismo. El policía que anda tras Phileas Fogg, creyéndolo un ladrón, a fin de que no llegue a Inglaterra antes de la fecha señalada por la apuesta que hizo en su club, se lleva a su criado, Paspartou, a dicha taberna para que el viaje de su patrón se retrase. Lo droga con una bebida, y Paspartou queda inconsciente. Pero mientras, el narrador nos muestra en una tarima, en algún rincón, a un grupo de miserables, “piltrafas humanas” los llama, que están tirados como animales, luego de haber fumado opio. Es decir, eso producen las drogas, la degradación del ser humano, la derrota de la consciencia y de la conciencia, el volverse piltrafas humanas.
Quien lea ese pasaje, difícilmente les entra a las drogas. He ahí el escudo del que habla Vargas Llosa.
Y como esta obra y La cabaña del tío Tom, hay cientos, miles de obras, incluidos muchos poemas, que no sólo han influido a las personas, sino que incluso han propiciado rebeliones contra malos gobiernos, y como muestra podemos citar La madre, de Máximo Gorki.
En conclusión, tal vez la literatura no influya socialmente, porque para ello todo el mundo tendría que leer, y recordemos que incluso un libro como El Quijote, acaso sólo lo haya leído un 10 por ciento de la humanidad.
Entonces, ¿en dónde radica la fuerza de la literatura, y por qué a muchos gobiernos les dan miedo algunas obras, al grado incluso de proscribirlas?
Su fuerza radica en que tal vez no influya masivamente en la sociedad, pero cuidado cuando influye en un hombre con madera de líder que, con el paso del tiempo, inspirado en determinado libro, puede convertirse en un líder social capaz de cambiar ideologías completas.
Ahí está la fuerza de la literatura, lo que nos lleva a sentenciar, respondiendo a la pregunta del título de este artículo, ¿Sirve la literatura?: Claro que sirve, y mucho, pues además de lo anteriormente expuesto, nos entretiene, nos emociona, nos conmueve, nos motiva y nos educa.
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