Poesía para no expertos
Luis Antonio Godina Herrera
Imaginemos que regresamos a los tiempos del kínder o de primero de primaria. Yo me ubico en la escuela Unidad Guadalupe, bajo la tutela de la inolvidable maestra Guadalupe Santillana Ydirín. En esa aula entré en contacto con los primeros versos para aprender a leer y a escribir. Era un libro pequeño con un burro y una flauta en la portada. La primera lección era: “mi mamá me mima…”. Era la rima fácil para iniciar la construcción de nuestra educación.
Hay quien sostiene que para el desarrollo de una nación solamente hacen falta tres cosas: educación, educación y educación. Yo agregaría otras tres: poesía, poesía y poesía. La poesía es la forma plena de la educación. Es, paradójicamente, el inicio de ésta. Durante siglos la trasmisión del conocimiento fue verbal y en buena medida a través del verso. La imbricación entonces parece evidente. En cada clase de literatura o español estaba presente la poesía. No me cabe duda de que quienes están leyendo estas líneas, en algún momento de su formación tuvieron contacto o incluso aprendieron de memoria el poema de Rubén Darío dedicado a Margarita Debayle:
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita,
como tú.
Este bello poema nos lleva al desarrollo de nuestra imaginación más allá de la televisión antes o la redes sociales hoy. Saber leer tiene sentido cuando leemos a Ruben Darío o bien a Gabriela Mistral, quien escribe en la Maestra Rural:
La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,
«de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».
La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!
La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.
Las maestras y los maestros tienen la misión de formar hombres y mujeres íntegros, educados, cultos. Para hacerlo, una aliada indispensable es la poesía. La escuela es el templo para iniciar la relación con los libros, y la poesía, la casa en donde ese gusto se potencia y desarrolla. Bertolt Brecht, el dramaturgo y poeta alemán, escribió un poema llamado Elogio del Aprendizaje, que dice:
¡Aprende lo más sencillo! Para aquellos
cuyo tiempo ha llegado
¡nunca es demasiado tarde!
Aprende el abecé, no es suficiente, pero
¡apréndelo! ¡No te desanimes!
¡Comienza! ¡Debes saberlo todo!
¡Debes tomar las riendas!
La educación debe ¡tomar las riendas! Y hacer de la poesía uno de los componentes básicos de su currícula. Aprendamos de las manos de los poetas, uno de ellos ya guio el camino de Eneas, fue Virgilio. Tengamos al nuestro, a los nuestros, y nuestra vida será más plena. Llena de luz, pues cada verso es una invitación a la belleza, al amor, también a la rebeldía, pero sobre todo a la capacidad de sorprendernos siempre con lo más simple: un amanecer o un tarde admirando el ocaso.
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