Joker: radiografía del caos
CINE
Agustín Ortiz
Era el año 2019 y América parecía estar en llamas: inseguridad, problemas políticos, conservadurismo extremo y demás malestares sociales eran la moneda corriente de una sociedad donde la rabia parecía estar entrando en ebullición. A lo anterior sumen el COVID -que ya estaba a la vuelta de la esquina-, además de la amenaza de un juicio para destituir al en ese entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Queda claro que era un año convulso que se prometía decisivo para la década que venía.
Y qué curioso que la mayor radiografía en el séptimo arte de esa rabia, de ese lado obscuro del ser humano (que cada día parecía asomarse más a la luz), lo encontramos en una película del tan de moda género de superhéroes (que aún batalla por salir del nicho de ser considerado mero entretenimiento). Una cinta que día a día adquiría más relevancia y de la cual destacaban tres características que la hacían única.
La primera era ese galardón a mejor película ganado en el Festival de Cine de Venecia de aquel año, otorgado por la presidenta del jurado, Lucrecia Martel. Un hecho que sorprendió a propios y a extraños, ya que generalmente esas películas -las basadas en cómics- suelen estar vetadas de aquellos premios tan importantes.
La segunda, su director, Todd Philips (Brooklyn, 1970), un hombre en cuya filmografía abundan comedias como Todo un parto (2010) y la trilogía de ¿Qué pasó ayer? (2009-2013). Nada que ver con esta cinta sobre el ascenso de un hombre a la locura, convirtiéndose posteriormente en un héroe para una mayoría que rabiaba por una revolución, sin saber el infierno mental que el personaje, retratado magistralmente por Joaquin Phoenix, atravesaba.
Y la tercera era el personaje al que Phoenix encarnaba. Considerado como uno de los grandes y más enigmáticos villanos concebidos por la cultura popular del siglo XX, el Joker siempre fue un lienzo sobre el que autores como Alan Moore o actores como Jack Nicholson, tomaban a su favor a la hora de curtir sus respectivas disciplinas (los cómics y la actuación), siendo el enigma su origen (ni el propio Joker sabe cómo se convirtió en eso que atormenta a Ciudad Gótica), un lienzo donde se podía verter desde la tragedia hasta la locura.
Con un común denominador: caos y locura.
Pero nunca nadie había elegido el camino de Philips para trazar al Joker en cine: lo sórdido, lo triste, lo desesperado y, sobre todo, lo patético, a la hora de mostrar en pantalla la historia de un perdedor de nombre Arthur Fleck, un hombre con problemas mentales que busca triunfar y encontrar el amor en una ciudad inhóspita mientras vive con una madre castrante que le asegura que él viene de un gran linaje. La humillación, el desprecio y la incomprensión son la moneda de cada día en la vida de este ser humano ignorado por la gran urbe.
Hasta que un día ya no puede más.
Y arde Gótica. Y arde el mundo.
También es cierto que Joker (2019) no era un producto tan original como en un principio nos lo querían vender. Destacan las películas de las cuales Philips abrevó a la hora de plasmar su visión en la gran pantalla. Ahí se podían ver al Sidney Lumet (1924-2011) de Tarde de Perros (1975), y principalmente al Martin Scorsese (1942) de Taxi Driver (1976) y El Rey de la Comedia (1983). Todas la anteriores muestran la lucha de un hombre desesperado ante el sistema que hará todo con tal de mostrar que su vida vale la pena, siguiendo la máxima del escritor Kurt Vonnegut: “Si mueres en televisión no morirás en vano, al menos habrás entretenido a alguien.”
Desde su estreno, la cinta tocó un nervio: además de ser galardonada con dos premios Óscar (incluyendo el de mejor actor para un sublime Joaquin Phoenix y el de mejor música para la compositora Hildur Guðnadóttir, quien logra plasmar a sonido el tormento del protagonista), la cinta se convirtió en la misma válvula de escape que era su protagonista en la sociedad de Ciudad Gótica, cansada de la inseguridad y corrupción, generando un fandom extremo que horrorizó a Philips a tal grado que en la secuela se encargó de destruir lo construido: Joker: Folie a Deux (2024), apartando al personaje de ese falso heroísmo al que se le había encumbrando, para despojarlo del artificio y mostrarlo como ese hombre inestable que solamente quería ser alguien que no pasaras de largo en la calle.
Pero la genialidad de la primera permanece y ahora se puede contemplar como una especie de fábula/advertencia sobre cómo las tensiones de la modernidad someten a un hombre llevándolo a abrazar la locura como un escape, convirtiendo esa locura, esa rabia, en una idea de heroísmo que sólo funciona si prescindes de lo que hay detrás de ese maquillaje.
¿Escalofriante? Mucho.
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