Cafebrerías: Museos de libros y café
“Hombre tras la ventana del Café Gijón”. Madrid, España. De Ulises Culebro. 2022.
Eduardo Pineda
Desde hace varios siglos los cafés literarios o cafebrerías han sido el lugar de encuentro donde se dan cita los amantes de las letras y las artes para profesarse críticas y halagos a partes iguales, todos ellos capaces de construir otros mundos posibles a través de las palabras. La mayor parte de estos cafés, que fueron de gran importancia en los siglos XIX y XX, hoy han desaparecido.
En 1888 abrió sus puertas el Café Gijón, el más legendario de esta especie, que aún hoy presume de acoger a gran número de escritores y artistas que acuden en busca de sus musas. En café Gijón está considerado como el museo cafebrería más importante del mundo. Célebres eran las tertulias literarias de otros tiempos: los miembros de la Generación del 27, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Fernando Fernán Gómez e incluso el mismo Hemingway, fueron asiduos bebedores de café y voraces lectores entre sus muros.
A él acuden hoy caballeros ya de cierta edad con el propósito de mantener viva la dialéctica literaria y algunas costumbres de otra época. Dolezêl hablaba de los mundos posibles, del universo que empieza y acaba dentro de un libro. Esta es la tertulia que proponemos: un mundo con una realidad muy diferente a la que se vive de puertas para fuera, atemporal y metaliteraria, de historias que solo allí se cuentan, de conexiones entre el pasado y el futuro, de seres fabulosos que ante nuestros ojos llenos de asombro consiguen hacer de nuevo magia con las palabras.
Un sinnúmero de escritores ha hablado o recurrido al café para sus constructos literarios. Hagamos un recorrido breve, por ejemplo, por la obra de Gabriel García Márquez. En numerosas ocasiones entre las páginas de Cien años de soledad (1967), Gabo hace alusión al café… sin azúcar. Así lo tomaban los miembros de la familia Buendía en todo momento. Incluso al coronel Aureliano Buendía (2da generación) lo intentaron matar con un café que venía cargado de estricnina.
“El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche.”
“Se quemó los dedos tratando de prender un fogón por primera vez en la vida, y tuvo que pedirle a Aureliano el favor de enseñarle a preparar el café. Con el tiempo, fue él quien hizo los oficios de cocina.”
“El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo”.
Es claro que para el escritor colombiano el café no sólo era fuente de inspiración sino también sujeto angular en su narrativa. Y no fue el único.
El poeta nicaragüense Rubén Darío era aficionado al café, tanto que lo describe con elocuencia en “El Viaje a Nicaragua”: “Una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta.”
La autora estadounidense Anne Spencer rindió homenaje a la bebida con una inspirada comparación: “La buena comunicación es tan estimulante como el café negro, e igual de difícil de olvidar al dormir.”
Honore de Balzac, novelista francés, bebía cerca de 50 tazas de café diarias y dejó constancia de su amor por la bebida en sus diarios: “Tan pronto como el café llega al estómago, sobreviene una conmoción general. Las ideas empiezan a moverse, las sonrisas emergen y el papel se llena. El café es su aliado y escribir deja de ser una lucha.”
Hasta la iglesia ha cedido al sabor del café. El Papa Clemente VIII afirmó: “Esta bebida es tan deliciosa que sería un pecado dejársela solo a los incrédulos. Venzamos a Satanás y demos nuestra bendición a esa infusión para hacer de ella una bebida verdaderamente cristiana”.
De manera que en una cafebrería o fuera de ella, el café es elixir, ruta y punto de llegada para la creación misma; ese momento efímero que experimenta el artista huele siempre a café.
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