¿Cuidar al planeta?

Desde hace más de tres décadas una campaña a nivel global nos ha invitado a cuidar el planeta, respetarlo, no contaminar, usar menos plásticos, reducir, reutilizar y reciclar, usar el automóvil lo menos posible, apagar la luz de nuestras habitaciones, no dejar basura en los bosques y playas, vigilar los contaminantes que emanan de los escapes de nuestros vehículos, (recientemente) no pedir popote para las bebidas, ni bolsa en el supermercado, ofrecer educación ambiental a los niños y jóvenes y un muy pero muy largo etcétera. 

Sin embargo, yo me pregunto –tras comparar los mecanismos de contaminación-: ¿En cuál de los dos casos deberíamos versar las políticas medioambientales: en una fundidora que produce carburo de calcio usando un horno de arco eléctrico en delta sumergido que consume
en un día la misma energía que toda la ciudad de Puebla con
sus dos millones de habitantes, o en el foco de la recámara que consume 60 w por hora?  

La respuesta a esta pregunta no debe interpretarse como un exhorto a dejar la luz prendida en el hogar; se debe interpretar como un reclamo
a la ceguera de los gobiernos de todo el mundo ante la verdadera causa
de la debacle que nos ha llevado a la actual crisis del medio ambiente: monzones nunca vistos, sequías, desaparición de las estaciones del
año, extinciones masivísimas, cambios conductuales inesperados en ciertas especies, pérdida irreparable del agua potable, pésima calidad del aire, y otra vez un muy pero muy largo etcétera. 

¿Por qué las políticas en materia ambiental miran de reojo a las grandes industrias altamente contaminantes y prefieren centrar su atención y actividad administrativa en “soluciones” sobre factores insignificantes dentro de la sociedad? 

Parece que la respuesta puede estar en la así llamada por los estudiosos de la filosofía de la ciencia “promesa baconiana”, que sentencia: “La búsqueda del conocimiento justifica la manipulación de la naturaleza, en aras del desarrollo de la techné  no debemos preguntarnos si debemos manipular el entorno. Saber que podemos hacerlo será suficiente.” En pocas palabras: Lo hago porque puedo, no me interesa saber si debo hacerlo. 

En el siglo XVII Isaac Newton matematizó la naturaleza en su obra Philosophia Naturae.  René Descartes nos proporcionó un método que asegura el desarrollo del conocimiento y por fin logra desproveerlo de la causa divina con su Discours de la Méthode, en donde se muestra que la duda metódica conduce de forma asintótica a la verdad. Y, por su parte, Francis Bacon nos enseña en su “promesa” que la ciencia no deber tener límites y la manipulación de la naturaleza se justifica en pos del saber. 

Estas tres corrientes de pensamiento permitieron el surgimiento de la física como primera ciencia formal que derivó en la química en el siglo XVIII y la biología en el XIX. Lamentablemente el desarrollo de la ciencia y la técnica no se acompañó de la bioética, y mucho menos de una política de vigilancia moral sobre sus prácticas y fines. A lo anterior debemos sumar los intereses económicos y la abrazadora acumulación de riquezas en manos de unos cuantos, lo que impide el desarrollo de la conciencia colectiva y genera una sociedad de consumo que trabaja para adquirir servicios y bienes que en realidad no necesita, generando desechos en demasía y producción descontrolada de mercancías, lo que deriva en una agresión irremediable al medio ambiente. 

De manera que no basta con apagar la luz de la recámara u omitir
el popote o la bolsa plástica. Debemos reflexionar sobre nuestra forma
de consumir; una sociedad que no consume no propicia la
sobreproducción de la industria. Y debemos exigir estrategias medioambientales en todas las plataformas políticas que se muestren en los procesos electorales, pero estrategias que no se enfoquen en la contaminación minoritaria del hogar o la escuela, sino en la contaminación a gran escala. 

Un amigo mío se encontraba en la puerta de un café, se disponía a pedir un té helado sin popote y en vaso de cartón para “cuidar el planeta”; justo en ese momento se daba la noticia de que se había roto el récord de más aviones volando en los cielos de todo el mundo al mismo tiempo.  

¡Qué incongruencia!, ¿no?  

 

 

 

Eduardo Pineda 

ep293868@gmail.com 

*Fotografía de la revista Harvard Deusto 

Enero de 2021.   

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