El paisaje musical mexicano
Guillermo Briseño
… es así que corre prisa salir de ese silencio, ese doblez
en que el instinto pronuncia su canto heraldo del que nace un nuevo ruido la letra que completa el alfabeto
la nota que conmueve, la que duele.
Oda al olvido.
Fragmento.
Música dicha, silencio intacto y otros elogios
Briseño
La música es una forma de imitar, de recrear, opinar, evocar e invocar. En muchos casos, es franqueza, en otros olvido o disimulo. Es canto de guerra y de ternura, de celebración y luto. Es manera de decir y manifestarse. Es muchas cosas, pero indudablemente es expresión de la existencia, de la naturaleza del ser humano. Es la vida.
Recorrer México a través de sus músicas permite percibir el mosaico cultural que lo integra. El Estado Multicultural que lo define. Si hablamos de 67 pueblos indígenas, podríamos deducir que hay 67 músicas con sus variantes que acompañan ritos, agricultura, religión, fiesta y libre creatividad. Sabemos de comunidades que, por haber sido perseguidas y despojadas de sus tierras originarias, han perdido memoria de sus músicas, como los tojolabales que solicitaban la presencia del hermano Carlos Lenkersdorf para que les enseñara sus canciones, dado que había inducido la recuperación del canto en otras comunidades Misma lengua, pero con variantes locales dialectos, ahora sí en sentido estricto.
Al escribir lo anterior viene a la memoria un viaje al pueblo de La Realidad, en Chiapas, donde en un gesto de confraternidad me fue ofrecido, para tocarlo, un tambor que de un lado tenía parche de piel de venado, y del otro, de coyote, o sea un instrumento para invocar las cosas buenas por un lado y lo malo por el otro, la paz y la guerra, el odio y el amor. Invocaciones que hoy son apremiantes.
Los diferentes escenarios por los que ha atravesado la historia de nuestro país, han aportado desde imposiciones y destrucción, hasta sincretismo, asimilaciones y propuestas nuevas y originales. Algo parecido a lo sucedido con la poesía que parecía propiedad reservada a los escritores españoles. Es con el siglo XX, que los poetas nacidos de este lado del mar, lanzan su palabra y sorprenden al idioma. Nicaragua, Chile, Perú, Argentina, Cuba, México y otros son marcadamente la innovación, el modernismo, la ampliación del lenguaje y sus recursos.
Así, la música de estos países ejerció una especie de fascinación en el viejo mundo, y, por supuesto en sus territorios naturales y circunvecinos.
En México se hizo música durante el virreinato, y luego durante el proceso independentista; este país canta hasta cuando duerme, toca guitarras de todos tamaños, arpas, violines, flautas y percusiones de cuero y madera, de barro y de hueso, y también de metal. Además, se han asimilado los instrumentos de viento en lugares particulares como la mixteca oaxaqueña o en Tlayacapan, Morelos, o el norte y centro del país, Sinaloa y Zacatecas, por citar algunos. Se tocan marimbas en Chiapas, en Oaxaca y en Tabasco. Los estados de Michoacán, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán son muy musicales. La gente disfruta, asiste a conciertos y recitales populares o sinfónicos y de cámara.
El pueblo mexicano disfruta enormemente la música, pero en contra de la profundización y ensanchamiento de su horizonte. las concesiones de los gobiernos a las cadenas comerciales de radio y televisión trajeron el estrechamiento del gusto y la opinión. Cierto es que las salas de concierto a lo largo y ancho del país, reciben un público dispuesto a escuchar; en Tijuana o en Mérida eso sucede, pero también está presente la música del capitalismo, lo vacío e insulso, el lugar común, los clichés, el mal gusto favorecido a toda hora por empresarios y programadores que cobran muy bien por ello.
Sin embargo, a contracorriente de lo aquí esbozado, hay mucha gente componiendo y tocando música que merece ser escuchada, los conservatorios no dejan de formar artistas que, si se conoce su obra, serán apreciados y motivados a seguir. En el terreno del jazz, sucede algo similar, hay altura, habilidad, conocimiento y talento que donde esté dignifican el acto de presentarse a escuchar, ofrecer oído y corazón a quien toca.
La música campesina está en perpetuo movimiento; por ejemplo, le fue otorgado el Premio Nacional de las Artes a Guillermo Velázquez, espléndido portavoz de la tradición del Huapango Arribeño de la Sierra Gorda, que fue escuchado por vez primera en el Palacio de Bellas Artes. Cada lugar, cada región, cada desierto y zona boscosa, canta su abandono y su orgullo.
Pero no hay que olvidar que existen mariachis en muchos lugares. No sólo en Jalisco, que la música del sotavento veracruzano se toca en muchas partes; que hay boleros y canciones románticas que cuando la ocasión lo amerita aparecen con gran oportunidad.
Reservo unas líneas finales al rock, que después de más de 60 años de presencia en México, ha tomado posesión del terreno gracias a muchas generaciones de jóvenes que desde mediados de los 50 lo tomaron como bandera. Eso lo ha hecho transitar por estados musicales diversos, desde la autenticidad hasta el condicionamiento mercantil, pero cierto es también que ha tenido que ser reconocido por la autoridad educativa del país como materia de conocimiento y desarrollo artístico. La Escuela de Música del Rock a la Palabra es testimonio vivo de ello. El rock ha acompañado los procesos sociales desde hace muchos años, las huelgas laborales y universitarias, el alzamiento zapatista de 1994, y el flujo de la conciencia y sus batallas que hoy en día redefinen el futuro de México.
El paisaje musical mexicano es rico, estimulante, variado y hasta contradictorio, pero su asociación con el pensamiento y la filosofía y el resto de las artes, le permite un futuro constructivo e inspirador. La música que conmueve tiene la palabra. Los músicos podrán cerrar los ojos para tocar, pero tendrán que abrir el entendimiento para defenderla.
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