Ideal y realismo en la escultura clásica grecorromana

LA CAVERNA 

Miguel Campos Quiroz 

 

 

La escultura, como una de las bellas artes, alcanzó su expresión más perfecta en dos momentos de la historia humana: el primero de ellos, la antigüedad clásica grecorromana; el segundo, el Renacimiento. A diferencia de otras épocas y latitudes, en estos dos momentos se alcanza un perfeccionamiento de las formas que se distingue de las de otros periodos tales como la prehistoria, donde se encuentran figuras humanoides de proporciones más bien imperfectas y apenas ensayadas como por infantes, o de la antigüedad propiamente dicha, donde encontramos representaciones altamente simbólicas y estilizadas pero no realistas de la figura humana, o bien de las formas planas y rígidas del arte medieval (tanto en pintura como en escultura), que si bien expresan la belleza de la exaltación mística en toda su grandeza, privilegian el fondo sobre la forma, o lo que es lo mismo, en ellas lo que predomina es el simbolismo y el significado, y no se cuida tanto de la proporcionalidad de las figuras. 

En el arte clásico grecorromano, por el contrario, y sobre todo en la escultura griega, no hay tal distinción entre la forma y el fondo, pues en ella la imagen exterior es una manifestación del ideal. En efecto, los griegos, para quienes muy platónicamente, la belleza, el bien, la verdad y la virtud son uno y lo mismo (y que tenían razón en ello), buscaron siempre la armonía de las formas en cada una de sus expresiones. Así, si bien puede decirse que su forma de representar el cuerpo humano era total y anatómicamente realista, también es verdad que los escultores griegos del periodo clásico se esforzaron por no representar nunca cuerpos que no fueran bellos. En esto último se diferenciaron de los posteriores romanos, quienes cultivaron un realismo más cercano a lo que hoy consideramos como retrato, y representaron a los emperadores en efigies que presentaban su fisonomía tal cual ésta era, plasmando incluso las imperfecciones del rostro en los bustos, y los cuerpos y vestimentas de los personajes de su historia tal como éstos eran. 

De tal modo, vemos cómo mientras los griegos buscaron la perfección, la armonía, la simetría y la belleza de las formas femeninas y masculinas para representar a sus diosas, dioses, héroes y atletas, los romanos, más pragmáticos, esculpieron los retratos de sus césares sin omitir sus rasgos distintivos y facciones, mostrando sus arrugas, que en la concepción romana representaban experiencia y sabiduría. Esto se relaciona también con el hecho de que los griegos pusieron un énfasis mayor en las cosas del Topos Uranus, el «Olimpo» de los dioses y el hogar de las Ideas Eternas y Divinas, vinculando así su escultura y su arte en general al ámbito de la religión, la mitología, la mística y los misterios; los romanos, por su parte, pusieron su arte al servicio de la propaganda política y de la exaltación de sus gobernantes, así como de sus virtudes personales y cívicas, buscando de esta manera transmitir poder y autoridad (práctica con la que continuamos hasta la actualidad, y que se manifiesta de un modo preeminente en nuestra costumbre de retratar en nuestros billetes y monedas a presidentes y personajes de nuestras historias nacionales). 

También en la técnica hubo diferencias, pues mientras que los griegos privilegiaron el uso del mármol blanco con un acabado pulido y detallado, realzando con ello simbólicamente la pureza del ideal, los romanos, aunque también emplearon este mineral, exploraron también el uso de otros materiales, tales como el bronce (un material metálico menos noble, así como más oscuro y opaco). Además, los romanos incorporaron con el tiempo influencias artísticas de otras culturas y naciones por ellos conquistadas, con lo que la pureza inicial del arte clásico se vio con el tiempo modificada y diluida. 

En resumen, podemos concluir que el arte clásico grecorromano, si bien tuvo puntos en común que caracterizaron a las expresiones de ambas civilizaciones como una unidad cultural, hubo entre ellas matices y variaciones que reflejaron sobre todo las diferencias de los valores y preocupaciones de cada una de ellas: a los griegos les importaba la belleza; a los romanos, el poder y la expansión. Y, felizmente, la cultura clásica grecorromana logró ambas cosas, convirtiéndose en el canon universal de Occidente que rige nuestra civilización hasta hoy. 

Entre los ejemplos de la escultura griega que son característicos de sus valores estéticos mencionados, podemos encontrar las obras de Fídias, la Venus de Milo, o el Discóbolo de Mirón; por su parte, entre los romanos podemos encontrar los característicos bustos que muestran los retratos realistas de varios césares, emperadores, políticos, militares y filósofos. 

Siglos después, los escultores del Renacimiento se inspirarían en ambas civilizaciones, integrando sus valores estéticos y simbólicos, así como sus técnicas, para crear sus grandes obras del periodo humanista. 

 

 

camposquirozmiguel@gmail.com 

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