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La pasión de Dolores

Hablar de amor es hablar de muchas cosas; cada persona es un mundo y vive su idea de amor de la manera que considera ES el amor, pero hay ciertas cosas que son parte de esa inmensidad contenida en sólo cuatro letras: entrega, devoción, pasión y paz son quizá las que más frecuentemente se consideran esenciales a la hora de vivirlo y disfrutarlo.

Esta es la historia de alguien que pudo haber sido famosa, pero que por amor prefirió mejor ser feliz.

Nacida en 1938, la vida de Dolores Hart pintaba para convertirse en la de una gran estrella de Hollywood: Habiendo debutado a los 18 años como interés romántico de Elvis Presley en la cinta Loving you (1957) y posteriormente habiendo conquistado el difícil mundo de Broadway (obteniendo de paso una nominación al Tony como actriz revelación) por The pleasure of his Company, todo indicaba que hablaríamos de esta hermosa y joven actriz con el mismo aliento con que hablamos de Elizabeth Taylor y Deborah Kerr: alguien sumamente hermosa que no estaba peleada con ser una gran actriz.

Así, en los 60, la recién comprometida actriz aceptó interpretar el papel de Santa Clara en la película Francisco de Asís (1961), del ganador del Óscar Michael Curtiz; aun cuando parecía tenerlo todo por delante, algo no la llenaba, y fue interpretando este papel como encontró la paz que no había encontrado en años, quedando fascinada con la calma que sentían las religiosas que la asesoraban en el papel al entregar su vida a Dios.

“Hola, soy la actriz que interpreta a Santa Clara” dijo Dolores a un visitante muy especial durante el rodaje. “No, Dolores, TÚ eres Santa Clara” le dijo ese visitante, uno que era ni más ni menos que el Papa Juan XXIII.

Su destino la había encontrado.

Su vida había encontrado el sentido.

No fue fácil romper su compromiso marital, pero si le fue fácil dedicar su vida a Dios; a los 25 años dijo adiós al estrellato y el glamour que conlleva, para dedicarse a servir en la Abadía de Regina Laudes en Connecticut como monja de claustro, saliendo solamente de su retiro ocasionalmente para hablar de su vida actual y de ese Elvis que conoció, ese inocente chico, recién famoso, como ella,  y que también junto a ella se sonrojó la primera vez que se besaron.

Ese chico al cual el glamour devoró y escupió.

Y habla de él con una sonrisa, una que ilumina, la de aquella persona que sabe tomó la decisión correcta y encontró con su devoción, pasión y entrega una paz que nunca la ha abandonado.

La de alguien que vive desde y en el amor.

 

 

 

Agustín Ortiz

joseagustinortiz86@gmail.com

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