La vida filosófica y contemplativa como fuente de paz interior

El mundo moderno se caracteriza por la rapidez, por el movimiento caótico y vertiginoso que nos arrastra a la confusión de un entorno en el que estamos continuamente sometidos a estímulos, al exceso de información, al ruido, a la prisa y la presión, y al estrés y desasosiego que todo eso conlleva. Y todo ello nos enferma y nos quita nuestra paz mental. Por su parte, la posmodernidad en la que más propiamente vivimos, y que no es sino la modernidad llevada hasta sus últimas consecuencias, tiene una característica peculiar: la carencia de sentido. Y esa carencia, ese vacío en el que todos los discursos y “filosofías” de esta posmodernidad tratan de convencernos de que vivimos, también nos roba violentamente nuestra paz interior. ¿Qué hacer ante tan desolador panorama? ¿Acaso tiene el espíritu alguna escapatoria de tan siniestro e irracional caos sin sentido que nos tiene sumidos en la ansiedad y la neurosis? La tiene, si volteamos a ver a los antiguos.

Si miramos hacia atrás en el tiempo, antes de que el Siglo de las Luces llegara y el mundo se tecnificara, y mucho antes de que la visión materialista del mundo se terminara de apoderar de nosotros, el mundo pre-moderno se caracterizó por algo que hoy pareciera que hemos olvidado por completo, como si de algo vano e inútil se tratara: la vida contemplativa. Y es que si en algo se diferenciaban aquellas sociedades pre-modernas de la modernísima cultura de la información y la producción en la que hoy vivimos y de la que tanto nos enorgullecemos, es que antes poseían el más valioso de todos los recursos: tiempo. Tiempo para meditar, para estudiar, para observar la naturaleza y aprender de ella, para observar sus ciclos y vivir de acuerdo con ellos. Y todo ello les permitió desarrollar una cultura y un pensamiento muy característicos y muy distintos de los nuestros, y a los que hoy no tenemos acceso, porque no los entendemos, porque nos son tan ajenos.

Los griegos poseían algo que hoy sencillamente no poseemos: tiempo de ocio. Pero no debe confundirse el concepto de «ocio» según los griegos, con el que actualmente tenemos nosotros de «tiempo libre», ni tampoco estamos afirmando, como algunos pretenden, que hoy carecemos de este último (si bien es verdad que nuestra sociedad, abocada a la producción y la adicción al trabajo, lo han reducido mucho). El concepto griego de «ocio» al que aquí nos referimos, no se relaciona con la pérdida de tiempo infructuosa, ni aun con la mera diversión en la que tanto de nuestro tiempo libre invertimos actualmente. El «ocio» griego era aquel privilegio de los ciudadanos libres de las polis que era dedicado al estudio, la contemplación y la teoría, y que a la postre dio origen a la expresión más sublimada y perfecta de aquella cultura helena: la filosofía griega. Y consecuentemente, al pensamiento occidental del que somos herederos.

Y es que los filósofos griegos pasaron muchas de sus horas de ocio dedicados a la búsqueda de las Causas Primeras del mundo y del Ser, a la contemplación de los misterios del cielo y de la tierra, así como del hombre. Y también indagaron en sus meditaciones las formas de llegar a la felicidad y a la paz, tanto interior como exterior.

Imaginar esta forma de vida contemplativa nos lleva a la inevitable conclusión de que quienes la cultivaron debieron poseer una paz interior aparentemente imposible, o cuando menos muy difícil de lograr en nuestra actualidad. La imaginación nos evoca irremediablemente los bosquecillos de la Academia donde Platón enseñó a sus estudiantes, o las caminatas de los peripatéticos de la escuela de Aristóteles, los cuales filosofaban paseando. Pero aun en siglos posteriores a esa gran civilización, es imposible no evocar los monasterios medievales, su atmósfera mística y sus gruesos muros románicos que encerraban claustros, jardines, y bibliotecas en las que los monjes estudiaban copiando y traduciendo los libros de los citados filósofos griegos, entre muchos otros, todo ello en un ambiente solemne y aislado en parajes retirados y alejados de las ciudades y del ruido, que sin duda les permitía una paz interior inaccesible actualmente para nosotros. ¿O no lo es?

¿Podemos entonces nosotros, que vivimos en este mundo de información saturada, de exceso de trabajo, y de comida rápida, acceder a esa vida contemplativa que nos garantizaría un escape de nuestra cotidianeidad para poder acceder, aun por breve tiempo, a esa paz mental e interior que pareciera que la realidad que nos rodea se empecina en arrebatarnos? Afirmamos que sí. Y sin necesidad de ser atenienses o monjes medievales, podemos regalarnos esa vida contemplativa a través de los mundos que nos ofrecen los libros, a los que, ciertamente, tan fácil acceso tenemos hoy. Mundos de ideas y pensamiento nos esperan al visitar una biblioteca, o una librería, si se tiene dinero para comprar libros. Aun los libros electrónicos son una opción, y sólo hay que darse el tiempo para leerlos, disfrutarlos y permitir que eleven nuestro espíritu a través de sus tesoros.

Muy buena idea es abrir las obras clásicas de los mencionados Platón y Aristóteles, o de otros tantos filósofos y pensadores que nos regaló la civilización griega, como los epicúreos o los estoicos, quienes también se refirieron en sus meditaciones, cada escuela a su manera, a la búsqueda de la paz y la felicidad. Todo ello nos llevará a grandes reflexiones, y en todo caso, nos regalará una pausa y un poco de esa paz interior que todos buscamos y que con toda seguridad encontraremos en una vida dedicada a la contemplación, que para los griegos era la forma de vida más elevada a la que podía aspirar un ser humano. Y estamos de acuerdo con los griegos.

 

Miguel Campos Quiroz

camposquirozmiguel@gmail.com

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