Michael Ende y el «Libro de todos los libros»
LA CAVERNA
Miguel Campos Quiroz
Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!
Michael Ende, «La historia interminable»
«El Libro de todos los libros» es una expresión que podría parecer un tanto difusa y harto confusa, y que podría interpretarse de muy distintas maneras, todas ellas correctas, dependiendo del contexto desde el cual se le defina.
Desde luego que desde el punto de vista de la fe religiosa, «El Libro de todos los libros» no es otro que la Biblia (palabra de raíz griega que viene a significar ni más ni menos que «El Libro», así con mayúscula, lo cual ya por sí solo nos habla de su trascendencia); y lo mismo sucederá con todos los libros sagrados de todas las religiones existentes en el mundo: todos ellos serán «El Libro de todos los Libros» en cada una de ellas. Sin embargo, en otro nivel más del orden ideal, esa expresión significa mucho más.
En efecto, muy antigua resulta la noción de «El Libro Arquetipo», un libro que no es físico, que pertenece al orden platónico de las ideas, que es trascendente, y que es la quintaesencia de todos los libros que han existido, existen, y existirán jamás: la Idea Perfecta del Libro, o lo que es lo mismo, el Libro Ideal.
En cierto tratado teológico de 1569 titulado «Primera parte de las differencias de libros que ay en el vniuerso» (sic) se dice lo siguiente de este Libro Arquetipo: « […] es el libro Increado, en que leen los Ángeles, y los santos glorificados […] está escrito de dentro y de fuera, que es la divinidad que de dentro se lee, y la humanidad que aunque vñida al verbo diuino se lee por de fuera, no ay quien le abra (como lo escriue Sant Iuan), ni los Ángeles en el Cielo, ni los hombres en la tierra, ni los Demonios en el Infierno […] La lecion deste libro es la paga que Dios tiene prometida al que trabajare en su viña» (1) (sic).
Lo arriba citado, escrito en un castellano del siglo XVI, describe la forma en que la teología cristiana imagina este Libro Ideal de orden metafísico, que es el modelo trascendente que da realidad y ser a toda la pluralidad de libros impresos y existentes en el universo, y que a su vez, por ser ideal y divino, necesariamente los contiene a todos, y por ello es eterno. Sin embargo, no sólo el pensamiento teológico se refirió a dicho Ideal.
En su célebre cuento «La Biblioteca de Babel», Jorge Luis Borges teoriza sobre la hipotética existencia de un «Libro Total», que necesariamente debe existir en alguno de los infinitos anaqueles, ubicado en alguna de las innumerables estanterías, existente a su vez en alguno de los interminables compartimientos de la Biblioteca, que es a su vez una biblioteca total y eterna, y que por lo tanto, ha de contener necesariamente, no sólo todos los libros que existen actualmente y que se han escrito alguna vez, sino además todos los libros posibles que llegarán o no a existir, y que por lo tanto, ha de contener en sí misma, en sus innumerables volúmenes, todas las historias, todos los textos (incluyendo este artículo), todas las posibles combinaciones de todas las 25 letras del alfabeto (en el cuento, éste es el número de las letras), tengan o no sentido tales combinaciones. De lo anterior se sigue que dicha Biblioteca, al ser total, contiene en sí misma también la totalidad del universo, o mejor dicho, ella misma es imagen del universo. Y el «Libro Total», existente en algún lugar desconocido de ella, sería, en palabras de Borges: « […] un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios.
»
Aunque los místicos, los teólogos, y Borges en su momento, afirmaron que ese Libro Total que es «la cifra y el compendio perfecto de todos los demás» nunca ha sido escrito, leído, ni conocido por ningún mortal, ese libro (o por lo menos algo muy cercano a él, que de hecho casi toca a la perfección), fue de hecho escrito y publicado en 1979, y existe gracias al juego metaliterario de un genio de la literatura fantástica que por desgracia ha sido subvalorado y relegado al limbo de la literatura «de segunda» y de la literatura infantil y juvenil, cuando merecería ser considerado una verdadera obra de arte de la Literatura Universal. Me refiero a «La historia interminable», de Michael Ende. Un libro que por su propia estructura es perfecto y mágico (literalmente), prefigurado como bien lo saben quienes lo han leído, por la «Biblioteca de Babel» de Borges (y sin duda también preexistente en alguno de los infinitos anaqueles de dicha Biblioteca metafísica antes de ser escrito y publicado en 1979).
Creado por el genio de Ende, quien a su vez se declaró él mismo deudor de Borges (en ambos autores, el tema de su literatura es la literatura misma, y ambos tratan de temas metafísicos y fantásticos muy similares, como los espejos, los laberintos, o la ficción dentro de la ficción), «La historia interminable» resulta en un ejercicio metaliterario y metalingüístico que lo convierte en ese Santo Grial, en ese «Libro perfecto y arquetípico» buscado por todos los sabios y los bibliófilos por igual.
Y es que la estructura laberíntica de «La historia interminable» (vemos en ello evidentemente lo borgiano), que la convierte en un libro que se contiene a sí mismo hasta el infinito (de allí una de las razones, entre otras, de que sea interminable), es una suerte de juego de espejos, en el cual, uno puesto enfrente del otro, nos crea una especie de visión o imagen de un túnel o plano que se extiende hasta lo infinito.
Y es que el lector de tan magistral novela se dará cuenta de que, en una primera lectura, «La historia interminable» es un libro que se contiene a sí mismo por lo menos tres veces: en primer lugar, el libro físico, ese que el lector tiene en sus manos; en segundo lugar, el libro acerca del cual trata este libro, y que es el que lee el protagonista de la historia; en tercer lugar, el libro que aparece dentro del propio libro que el protagonista de la historia lee, que existe en el mundo de Fantasía, y que aparece en el capítulo XII de la novela (correspondiente a la letra «L» dentro del alfabeto), como las muñecas rusas, contenidas una dentro de la otra, pero de hecho siendo todas ellas la misma.
Y es justamente a partir de este capítulo donde la historia se vuelve más mágica e interesante, y donde el lector corre el riesgo de entrar en un laberinto de locura como el propio protagonista, Bastián Baltasar Bux (o como Alicia en la madriguera del conejo), pues precisamente en el libro que aparece en este capítulo, están contenidos los tres anteriores (siendo todos ellos el mismo libro), en un bucle cíclico de eterno retorno que se extiende hasta el infinito hasta que Bastián, en un acto creativo y creador, rompe el ciclo de la necesidad, bifurcando los senderos, y creando con ello un nuevo inicio, una nueva historia que se desprende de la primera repetida para siempre en el tiempo. De allí que la historia es interminable, y de allí también que el símbolo en su portada sea el Auryn (el antiguo Ouroboros, con dos serpientes de la eternidad que se muerden mutuamente la cola).
De allí también que «La historia interminable» es verdaderamente el «Libro arquetipo». Pues se trata no sólo de un libro cuyo tema es El Libro, sino que además el tema de ese libro es el mismo libro que el lector lee, y por añadidura, como se muestra en el capítulo XXIII (correspondiente a la letra «W» del alfabeto), a imagen y semejanza de la «Biblioteca de Babel», de la cual era deudor Ende, es un libro que contiene en sí mismo todas las frases, todos los libros, todas las historias, todas las letras y todas sus posibles combinaciones, apuntando así nuevamente a su carácter de interminable.
«La historia interminable», de Michael Ende, es un libro muy mágico, muy filosófico, y muy profundo, que posee muchos niveles de lectura e interpretación. Del que aquí hemos hablado es sólo uno de ellos. Tema aparte es su lectura psicoanalítica, la cual alude a algo tan triste como lo es la depresión infantil y la destrucción del mundo interior de las personas, personificada por el inenarrable horror de «la Nada». Sin embargo, como dijera Michael Ende en varias partes a lo largo de su maravillosa novela: esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
1) El facsímil de esta obra puede ser consultado en el siguiente vínculo: http://www.rae.es/archivo-digital/primera-parte-de-las-differencias-de-libros-que-ay-en-el-vniuerso encontrándose el texto aquí citado en la página 34 de este PDF
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