Obrar de acuerdo a una ética superior

«Se están perdiendo los valores» es una frase que escuchamos muy seguido, y que lleva décadas pronunciándose, si no es que siglos (aunque quizá formulada de maneras diferentes), sobre todo por las generaciones mayores refiriéndose a los miembros de las más jóvenes, en relación con un cambio de actitud de estas últimas y el abandono de conductas que previamente fueron consideradas como adecuadas y moralmente aceptables dentro de la sociedad. Pero ¿es realmente esto así? 

Para poder responder, primero necesitamos definir lo que es un valor.  

Un valor, como la palabra misma lo indica, es algo que se valora. Algo que es tan apreciado, algo considerado un bien tan valioso, ya sea por un individuo o por una sociedad, que constituye la base misma, la dirección a seguir en sus formas de actuar y de tomar decisiones, al grado de convertirse en parte de un código de conducta, o, como suele decirse, un código moral. 

Tales valores pueden ser materiales, como por ejemplo un objeto valioso o una obra de arte invaluable, o alguna cosa que tenga valor sentimental para alguien. Pero también pueden ser valores intangibles, como por ejemplo el honor. Y el individuo poseedor de tales valores actuará en consecuencia (para defenderlos o para actuar acorde con ellos). 

Ahora bien, cuando se afirma que se han perdido o que se están perdiendo los valores ¿a qué valores nos referimos exactamente? Porque si analizamos lo dicho arriba, se concluye que siempre el ser humano poseerá valores, y éstos cambiarán de sociedad en sociedad, de individuo en individuo, y de tiempo en tiempo (pues lo que unos consideran valioso y preciado, no necesariamente otros lo considerarán como tal).  

Los valores, por lo tanto, no se pierden, sino que se cambian por otros. 

La cuestión entonces no es si los valores desaparecen de una sociedad o generación, sino si dicho cambio de valores es conveniente, positivo, bueno, o si no lo es.  

Porque lo que realmente vemos en la actualidad posmoderna no es una ausencia de valores, sino un reemplazo de los valores tradicionales, esos que alguna vez dieron sentido a nuestra sociedad, por otros valores «progresistas» que, sin embargo, no parecen servir a la correcta articulación de la misma.  

Así, valores como el altruismo, la familia, la comunidad, la patria, la fraternidad, o la espiritualidad, han sido sustituidos por sus valores opuestos, tales como el egoísmo, el aislamiento, el individualismo y el materialismo. Es verdad que a estos últimos se les ha dado el nombre de «antivalores». Pero tampoco es menos cierto que el bienestar meramente personal y egoísta de un individuo, contrapuesto al bienestar de la sociedad o de la familia en su conjunto, puede ser un valor para tal individuo, aunque vaya en detrimento de otros. Podríamos incluso considerar a esto como valores egoístas o negativos, y diferenciarlos del otro tipo de valores, a los que podríamos llamar positivos o elevados. Y desde luego, obrar acorde a valores elevados, a aquellos que nos llevan a la realización del Bien como valor supremo, es sin duda lo deseable. Sin olvidar, desde luego, que, como lo enseñaron los sabios griegos, Bien, Belleza y Verdad son términos inseparables e indivisibles entre sí, manifestaciones de una única Idea Suprema: Dios o el Bien. 

Así, el Bien debe ser siempre el norte a seguir en la realización de nuestras acciones, y para ello será preciso un correcto discernimiento y una claridad sobre qué valores nos acercan a ese Bien, y cuáles nos alejan del mismo. 

Pero al ejercitar ese discernimiento no debemos dejarnos engañar por relativismos morales, sino, antes bien, debemos guiarnos por un correcto ejercicio de la razón filosófica, llegar a contemplar las Ideas y Leyes universales que nos permitan actuar de acuerdo a ese principio de moralidad universal que Kant llamaba el «imperativo categórico», esa «voz de la Verdad» dentro de cada uno de nosotros que nos hace aspirar naturalmente al Bien y que nos lleva a obrar de acuerdo a una Ética Superior y a valores eternos e intemporales que nunca cambian, ni con los siglos ni con las generaciones. 

Seguir siempre la Idea suprema, el Valor supremo: el Bien.  

Y si lo hacemos, nunca nos equivocaremos. 

 

 

Miguel Campos Quiroz 

camposquirozmiguel@gmail.com 

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