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Robert Redford

Demasiado atractivo para no ser ignorado y demasiado inteligente para no quedarse callado, la historia de Robert Redford (1936-2025) es la de un clásico americano que siempre se salió con la suya: después de un tormentoso paso por la universidad de Colorado y luego de papeles pequeños en seriales como La Dimensión Desconocida y Alfred Hitchcock Presenta, fue a finales de los 60 cuando Redford se consagró, primero como galán y luego como actor serio, gracias a cintas como Dos hombres y un destino (1969), El golpe (1973, cinta que le dio su única nominación al Óscar como mejor actor y consagra de paso el hoy tan gastado giro de tuerca en el cine ), Todos los hombres del presidente (1976), donde ese look clásicamente americano era caballo de troya en cintas donde el alto entretenimiento convivía con lo artístico, donde uno siempre acababa cuestionando y viendo con nuevos ojos la sociedad donde vivía. 

Y fue cansado de ser estrella como Redford inaugura los años 80 ganando el Óscar a mejor director por su debut tras la silla en Gente como uno (1980), donde mucho antes de que se volviera tema recurrente a la hora de intentar explicar cómo se ha ido todo al demonio, él ponía el dedo en la llaga sobre la salud mental, cuestionando lo que el Statu quo padecía tras puertas cerradas, incomodando las buenas conciencias y obligándolas a cuestionarse a si mismas en su búsqueda por la aceptación y perfección, como también lo hizo en la magnífica Quiz show (1994). 

Fundador del festival Sundance (de donde surgieron iconos cómo Tarantino, los CoenAnderson y demás firmas) y activista por la paz, hablar de este titán no es sólo hablar de una estrella, de un galán y celebridad, sino de la importancia de no quedarse callado. 

Algo necesario de recordar en estos tiempos. 

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