Democracia: ¿la mejor forma de gobierno?
La Caverna
Miguel Campos Quiroz
Platón nos contestaría que no, y la historia de nuestras repúblicas hispanoamericanas modernas con sus democracias fallidas, parecen corroborar esta opinión del gran sabio ateniense.
Y si bien nuestros prejuicios modernos, acostumbrados como estamos los individuos del siglo XXI a la liberalidad política y de pensamiento, nos harán rechazar de antemano tal opinión, es necesario que analicemos, aunque sea breve y faliblemente, cómo es que Platón concibe la democracia, la que para él es la peor de todas las formas de gobierno.
Este tema es tratado principalmente en la obra «La República», el más famoso de sus Diálogos, y quizá su obra cumbre. En ella, el filósofo teoriza sobre un estado ideal, y sobre cómo deben ser en él el gobernante y los gobernados.
Hay quienes han visto en este diálogo una especie de propuesta primitiva de «Estado comunista», y han invocado las ideas de Platón para justificar dictaduras enseñando tales teorías aberrantes en las aulas de muchas universidades; pero quienes tal cosa enseñan, cometen un error imperdonable y una profanación al genuino espíritu de la obra, la cual es profundamente mística, metafísica y psicológica (en el verdadero sentido de la palabra «psicología», y no en el sentido que el positivismo materialista moderno le ha dado).
En efecto, «La República» de Platón no es un tratado de política, sino un tratado del Alma.
Así lo deja claro Sócrates en el Libro Segundo de este extenso diálogo, cuando, indagando junto con sus interlocutores sobre qué es la Justicia y cómo esta se manifiesta en el hombre, declara que es más fácil analizar el problema cuando se le ve en lo grande y se aplica luego por analogía a lo pequeño. Así, Sócrates, que es a la vez personaje del diálogo, hace un símil entre un Estado o república y un individuo.
De este modo Platón, por boca de Sócrates, compara el alma humana con un Estado, y si bien la considera como una unidad cuyo buen funcionamiento depende de la relación armónica de sus partes, la considera asimismo una multiplicidad conformada por estas últimas.
Para que exista tal armonía de las partes, debe existir una «parte superior» en esta alma múltiple que gobierne con sabiduría a las «partes inferiores», y exista así el debido autocontrol en el individuo, tanto en el pensamiento como en las acciones, para que estas sean justas. Esta «parte superior» del alma se asimila en el Estado o república planteado por Sócrates con la figura del «Rey Filósofo», un gobernante sabio que en virtud de su vida pura, austera y justa, tiene acceso a contemplar las Ideas Perfectas y es capaz de reflejar ese orden divino en el Estado que gobierna. De esa manera, el Estado funciona correctamente. Así, para Platón, la mejor forma de gobierno es la aristocracia, pero se trata de una aristocracia basada en la sabiduría de un «Rey Divino».
Esa idea del Rey Sabio no es, por cierto, exclusiva de los griegos, sino que tiene resonancias universales en tradiciones y leyendas como el bíblico Rey Salomón, o el propio Rey Arturo (guiado y aconsejado a su vez por el sabio Merlín), quienes, según las historias que de ellos se cuentan, reinaron con tal sabiduría y justicia, que llevaron a sus pueblos a vivir algo cercano a una «edad dorada» mientras en ellos gobernaron.
Por el contrario, cuando es la democracia la que rige, no es la sabiduría la que reina, sino el capricho de un pueblo que es por naturaleza variable, pasional, egoísta e ignorante, y entonces sobrevienen el caos, la injusticia, la decadencia y la caída de las naciones.
Ello, trasladado a la psicología platónica del individuo, es cuando la peor parte del alma (los aspectos inferiores y pasionales) tiraniza a la mejor parte, la superior, aquella que manifiesta en nosotros la Sabiduría Divina y nuestra conexión con los arquetipos celestes o Ideas Perfectas, que nos llevan a manifestar en nosotros las cualidades de Bien, Belleza, Justicia, Verdad, etc.
De esta manera entendía Platón la democracia.
Ahora bien, ¿ello significa que es inaplicable tal teoría psicológica en un Estado o país de nuestro mundo real, con sus gobernantes y su organización política?
En realidad, si atendemos al principio hermético de analogía y correspondencia que nos dice que «como arriba, así es abajo», y que es el mismo principio que usa Platón en su «República» al comparar el alma humana con un Estado nacional, estamos obligados a concluir que, por ley, tal cosa sí es posible.
El mismo Sócrates declara en la obra que aunque es muy difícil e improbable de realizar, tal Estado es posible.
Sin embargo, la realidad es que mientras los seres humanos sigamos rigiéndonos por el egoísmo, la corrupción y las mezquindades, tal República Ideal seguirá siendo eso, un ideal.
De lo contrario, hasta que no purifiquemos nuestros aspectos morales más elevados, sí que correremos el riesgo de hacer mal las cosas y de caer en horrendas dictaduras si intentamos emular y aplicar las directrices que Platón nos da en «La República» para llegar a ser un Estado perfecto y bien gobernado, sin primero llegar a reflejar tal «Estado ideal» en nuestras propias almas y manifestándolo individualmente en nuestro propio obrar, practicando virtudes y valores elevados.
Hasta entonces, lo único que nos queda son nuestras imperfectas democracias; así que tratemos de usarlas bien y con ética.
camposquirozmiguel@gmail.com
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