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Los pueblos que han sido y serán

Interior del Museo Nacional de Antropología, INAH. CDMX / Fotografía de la colección: turirmo.org / año 2019

 

[Museo Nacional de Antropología e Historia]

 

La última y recientísima parte de la historia del planeta Tierra es la que ha protagonizado el ser humano. Nuestra existencia en estos lares del cosmos es muy breve, es tan sólo un suspiro en comparación con los eones que el globo lleva orbitando al Sol. Y, en estos últimos y muy recientes años, nuestra especie se ha diversificado, desde el Homo erectus hasta el Homo habilis y H. sapiens, diferentes rasgos físicos, intelectuales, sociales, de lenguaje, religión, habilidades, técnicas, expresiones artísticas, desarrollos científicos, espirituales, filosóficos, deportivos, bélicos, etcétera, marcan una innegable diferencia entre los pueblos que han sido, son y serán en esta casa que compartimos y que deambula, errante, por la Vía Láctea.

Pero esa diferencia no debe significar desigualdad, inequidad, genocidio, abuso, conquista, explotación o rechazo. Por el contrario, debe enriquecerse mutuamente a través del entendimiento de la otredad, de reconocerse en el otro y reconocerle también como distinto.

Lo que una civilización desconoce sobre espiritualidad a través de la naturaleza, la otra lo sabe y lo vive a diario, y lo que una ignora en ciencia y tecnología, la primera lo domina; pero ambas se necesitan para complementarse, para trascenderse, para ser y estar en el mismo tiempo, en la misma casa.

Este intercambio multicultural sólo es posible mediante el amor y el respeto (el segundo es resultado del primero), el conocimiento y el estudio. La cultura nos salva de la brutalidad.

En la CDMX existe desde hace décadas el Museo Nacional de Antropología a resguardo y curia del INAH, en él podemos percibir esta diversidad que ya desde los tiempos precolombinos existía en nuestro actual territorio mexicano: olmecas, zapotecas, popolocas, mexicas, toltecas, tarascos y demás civilizaciones ya intercambiaban, a través del tiempo y del espacio, usos y costumbres que en la actualidad heredamos, muestra de ello es el lenguaje, la forma de nombrar las cosas. Y después, en la conquista y el virreinato de la Nueva España, el mestizaje con los europeos, la llegada de otras colonias como la italiana, alemana, francesa, portuguesa u holandesa a México, han generado un pantone de pieles, pupilas y cabellos, un abanico de acentos, un catálogo de creencias, un mapa del mundo en cada parte del suelo mexicano.

Despreciar a un ser humano por su “raza” parece necio, es como amputar una parte del mundo, eximirnos de la posibilidad de enriquecernos, limitar nuestra capacidad de entender la realidad. En la diversidad está el éxito evolutivo, en ella habitan las formas mas variadas de explicar el entorno, de entender, por ejemplo, a Dios y al hombre. Basta acudir a una festividad religiosa para ver una vitrina de costumbrismos que ya no son ni indígenas ni españoles, sino mexicanos.

Ignorar, subyugar y maltratar a los que consideramos diferentes constituye una derogación de la naturaleza humana, y sólo la adquisición de cultura mediante la educación nos podrá salvar de tan profundo abismo y nos volverá a poner en el sendero del autoconocimiento a través del conocimiento del otro, del distinto, del que aporta y recibe, de este trueque de saberes.

Museos como el que hoy nos atañe, revelan de una vez y para siempre que la riqueza se da en la diversidad, en una diversidad arropada por la comprensión y por el deseo de saber. Por el placer de la cultura.

 

 

Eduardo Pineda

ep293868@gmail.com

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