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Palacio Nacional: Epicentro de una nación que no termina de construirse

Imagen de: https://www.forbes.com.mx/fotogaleria-palacio-nacional/ 

      

No hay un lugar más emblemático en todo el territorio mexicano que el palacio asentado en el que fue el centro político y militar del emperador Montecuzoma. El Palacio Nacional es la representación más acabada de la conquista, su estilo arquitectónico virreinal está desprovisto de cualquier dejo de prehispaneidad, es un trozo de España en el nuevo mundo, en la capital de la Nueva España, en el actual México. 

Aquí vivió el emperador mexica, después Hernán Cortés, virreyes y varios presidentes, también es sede de encuentros políticos de relevancia internacional; es el lugar donde cada año se reproduce el “grito de Dolores”, que representa el inicio de la lucha independentista, cuando el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla encabezó la rebelión contra el monarca impuesto por Napoleón sobre Fernando VII; los criollos ya no querían rendir cuentas a los franceses, no reconocían al invasor al frente de la corona española, echaban de menos a su rey y se dispusieron, al mismo tiempo que los demás virreinatos del continente americano, a formar sus propias naciones. Perú, Colombia, Ecuador, México y demás países nacieron con su cultura mestizada y sus retos y virtudes propios. 

El Palacio Nacional, situado al oriente de la Plaza de la Constitución en el centro de la capital mexicana, resguarda en su interior tres niveles de arquitectura histórica; el patio principal que se utiliza con mayor frecuencia para recibir a líderes y mandatarios de otros países se engalana con la fuente que bien podría considerarse el punto central de un país que se construye de nuevo con cada amanecer, que no es indígena, pero tampoco español; en palabras de Carlos Fuentes: somos indo, afro, ibero, América. No somos indígenas, insisto, tampoco peninsulares, ni negros, ni mulatos, somos, si acaso, todos ellos; somos mexicanos. 

El salón que cobijó al parlamento en el siglo XIX exhibe en su bóveda el “ojo que todo lo ve”, símbolo medular de la masonería que permeó los procesos políticos más importantes de nuestro país después de la independencia de Hidalgo, Morelos, Aldama e Iturbide.  

La campana que utilizó Hidalgo aún repica en lo alto de la fachada, los pasillos y escalinatas son galerías que resaltan los murales de Diego Rivera, los tres niveles se soportan por los arcos del tiempo, sus portales de madera antiquísima suenan con los ecos de la Independencia, la Revolución y la Reforma, sus óleos que retratan a Guerrero, a Juárez, a Carranza, su oficina principal, sus ventanas que vigilan a la Ciudad de México, a la nunca más región transparente, a las calles ensombrecidas por los palacios del centro histórico, a las plazas, los andadores, la catedral equívoca que le tocaba a Puebla, el Templo Mayor y su colección infinita de secretos, a las iglesias que se erigen por doquier, al pueblo que se reconoce como mexicano y que no tiene claro su origen, que no es de aquí ni de allá, al pueblo que se hincha al ver la bandera monumental que ondea victoriosa de ninguna batalla ganada en el ápice de la plancha del zócalo, entonando el himno bélico del pueblo que sólo combate contra sí mismo y su cultura confusa y desorientada, la miscelánea del mundo, el abanico de colores, la paleta del pintor que plasma en desorden los Méxicos que no se definen, que no quieren, no pueden definirse. 

El Palacio Nacional y su multiplicidad de contenidos e historias que lo conforman es la expresión máxima del México que habita una realidad onírica imaginando su verdadera independencia y que vive así: soñando, teniendo esperanza, mirando a un horizonte que no alcanzó tras quinientos años, al que sigue persiguiendo en una carrera sin final.  

Hidalgo y Costilla gritó “Viva Fernando VII, muera el mal gobierno”; la añoranza de la monarquía española aún perdura; México sigue siendo ese país niño que se quedó huérfano de rey y huérfano de democracia, aún es el país niño que sigue buscando a papá.   

 

 

Eduardo Pineda 

ep293868@gmail.com 

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